¿Quedan ingenuos?

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05 jul 2022 / 09:34 h - Actualizado: 05 jul 2022 / 09:45 h.
"Opinión"
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El pasado sábado fui testigo de la presentación de un nuevo partido político. ¿De qué creen que se habló?: de Democracia. De que ningún partido es democrático y de que ellos lo van a ser. Contaron que en cuanto se inscribieron ya les llegaron ofertas económicas para apoyarlos, ofertas que —suponían— luego serían cobradas en el futuro.

Recordé, en esta fiesta de la ingenuidad, los años del 15M y de cómo la ciudadanía pareció entonces quitarse de sus ojos el velo que les había impedido ver que aquellos señores en chaqueta con pinta de serios y respetables que parecían trabajar por el país, habían estado usando el poder para obtener prebendas y grandes beneficios, engordando sus bolsillos, sus partidos y su poder. La gente votaba de manera formal cada cuatro años y perdía luego el poder sobre las acciones de sus representados que, al final, demostraron que sólo trabajaban por sus beneficios. Dentro de los partidos, las decisiones, los candidatos, las líneas políticas, las decidían unos cuantos y las bases -esos ingenuos que pagábamos cuotas- no pintábamos nada en absoluto. Y todo eso, lo que se hacía en el país y lo que se hacía dentro de los partidos y las instituciones estaba perfectamente justificado con actas, reuniones, votaciones, acuerdos. Había una verdad formal y una verdad real. Lo formal acallaba cualquier tipo de críticas. Llegabas a la Asamblea del Partido y todo estaba decidido con antelación y sí, se votaba, y sí, las decisiones se tomaban casi por unanimidad (no había disidencia o la que había sabía que no podía actuar sin ser, después, defenestrada). Pero todos sabíamos que la pirámide de poder estaba totalmente invertida: no éramos los afiliados los que proponíamos y decidíamos, no: era la cúpula la que filtraba previamente qué se debía proponer y qué candidatos debían elegirse, y en las asambleas se votaba exactamente eso. En las asambleas había gente que no sabía ni de lo que iban los temas y por mala conciencia al no haberse preparado los temas, apoyaban lo propuesto; y había gente que era familia de funcionarios con ciertas prebendas que vivían del poder de un jefecillo al que no convenía llevar la contraria. Al final, siempre salías frustrado por no haber podido aportar nada, pero jaleando públicamente a los ganadores (realmente habían ganado) y te ibas a casa preguntándote: «¿No debería dejar el Partido?» o podía ser que te preguntaras: «La sonrisa que me ha echado el Secretario General ¿significará que cuenta conmigo para algún puestecillo en el futuro?».

Después del 15M llegaron los «Nuevos partidos». Tuve ilusión. Seguí con ingenua expectación a Podemos y a Ciudadanos. Sinceramente, no esperaba mucho de Ciudadanos, pero en Podemos parecía haber una fuerza honesta y ética arraigada en convicciones solidarias que me hizo tener un poco de esperanza. Si los hombres enchaquetados les habían defraudado, probemos con los hombres con coleta y desarrapados.

En ambos partidos, las relaciones telemáticas comenzaron su apogeo y podías presentarte a candidaturas poniendo tu foto y escribiendo un par de párrafos. Cuando redactabas tu párrafo con auténtica vocación de querer ayudar y participar, empezabas a dudar. «Esto no va a ir por aquí», pensabas. Vamos a ser decenas de bienintencionadas personas las que escribamos nuestro currículum y propuestas, pero esto no lo va a leer nadie. No van a ponerse miles de afiliados o simpatizantes a leer uno por uno los currículos y propuestas. «Esto va por otros cauces de los que ni me estoy enterando», comenzamos a pensar. Porque, al final, siempre salían los amiguitos de los de arriba. Pero todo era democráticamente formal (aunque no sé si democráticamente moral).

Y así nos fueron desilusionando a todos hasta el punto de poder llegar a ver cómo llegaban a ministros un tipo y su esposa...

En el PSOE se convocaron las primeras Primarias donde, si eras el candidato de la Directiva no necesitabas avales, pero si eras un afiliado de base necesitabas 22.000 avales en papel (nada de correos electrónicos), conseguidos en 15 días (o sea, imprimir, rellenar, meter en un sobre, llevarlo a correos, ponerle un sello, enviarlo y que el cartero le llevara los 22.000 sobres al candidato y que este los llevara a la sede de Madrid presencialmente en ese plazo). Esta era la «Nueva Democracia» del Partido. Yo me presenté como candidato para denunciar la situación, pero sólo la prensa y medios de comunicación que ya sabían de la mentira del PSOE me escucharon. Pero era la izquierda socialista y sus medios los que tendrían que haber escuchado que un hombre ingenuo les decía, después de 28 años de afiliación: «Este Partido de Democracia Formal impoluta no escucha a sus bases y no les da verdadera capacidad de decisión». Sólo el tozudo tiempo está quitándole el velo a muchos de sus afiliados.

En el PP, por entonces, ni se intentaba disimular que democracia interna ni había ni se la esperaba.

Vox también se llenó la boca de democracia interna cuando apareció y ahí tenemos a todos los que, por cientos, han abandonado el proyecto cuando han visto que las decisiones se tomaban de manera vertical y con ordeno y mando (Olona, impuesta en Andalucía, es un palmario ejemplo).

Ahora España suma a su haber otro intento de hombres y mujeres ingenuos que creen en una Democracia pura y ponen en marcha el partido que, por fin, va a construirse desde las bases. No lo creo. No creo que lo consigan, porque el partido está constituido por hombres y mujeres, no por ángeles perfectos o por seres robotizados carentes de ambiciones, deseos, intereses personales. Y esta declaración, lo sé, perdona a todos los partidos que lo han hecho mal siempre, que han construido maquinarias de poder ademocráticas llenándose la boca con la mentira de una «auténtica democracia». Ni los partidos son democráticos ni nuestro Estado es democrático. Pero como a todos los partidos les ha interesado mantenerse en el poder, pues han fingido «lo suficiente» como para que no se les levante el pueblo (hasta Xi Jinping​ y Maduro «fingen» ser demócratas). Vivimos, pues en estados «lo suficientemente» democráticos como para que no nos rebelemos. Y la gente no vive en la tensión de exigir mayor participación (quizás porque no sabrían ni qué aportar). La gente quieren que las dejen vivir, que no le molesten demasiado, que no les roben (ni con impuestos abusivos) y, a poco que sepan, sabrán que organizar a 47 millones de personas no es ni posible ni real ni fácil. Y saben que si 47 millones de personas quisieran opinar en una auténtica democracia real, esto sería un guirigay.

La democracia es una farsa atractiva, un horizonte (inalcanzable) seductor, un invento intelectual imposible, pero que hombres y mujeres como los de este nuevo partido, llenos de ingenuidad, se reúnan para intentarlo una vez más es esperanzador. No por casualidad hemos llegado al actual progreso, todo ha sido el fruto de ingenuos que no dejaron de intentarlo.