Ya hace tiempo que se sabe que los contagios de Covid-19 se producen, de forma principal, en lugares cerrados. Y que se multiplican cuándo bajamos la guardia y nos quitamos las mascarillas en esos sitios, cuándo no guardamos la distancia de seguridad y cuándo no somos cuidadosos con la limpieza de manos. Si a esto le sumamos que se hacen pocos test, que el rastreo sigue siendo la asignatura pendiente en esta pandemia, que no siempre se ventila lo suficiente y que el teletrabajo no ha terminado de instalarse en nuestra realidad, la cosa se complica cada cierto tiempo.
Las oficinas son lugares cerrados. Las oficinas son lugares en los que la mascarilla se deja sobre la mesa de trabajo y son esos sitios en los que no se guardan distancias. La confianza (falsa) que genera estar junto a conocidos nos hace ser más laxos con las normas y los brotes aparecen de forma constante.
Los colegios son lugares cerrados. Si bien es cierto que las aulas se ventilan de forma constante, los aerosoles están generando muchos problemas en los colegios y, concretamente, en las aulas de educación infantil y primaria. Los alumnos de esas edades no están vacunados. Y los niños se juntan, se besan, comparten piojos y virus. Es lo que hay y lo extraño es que no tengamos mayores problemas en los centros educativos. Esa incidencia que tanto escuchamos a diario sube porque en los centros escolares los contagios son muchos. Por supuesto, los contagios son muchos en otros ámbitos. Sea como sea, el número de brotes actualmente se eleva a 135 (casi el doble que a principio de mes) aunque los confinamientos de aulas no son demasiados.
Nos contagiamos en cualquier lugar si no tenemos precaución. Nos contagiamos más, mucho más, en las oficinas, en los colegios y en los hogares. Las mascarillas que nos protegen en diversos lugares, en casa no funcionan porque, también, se quedan sobre la mesa del salón.
No hemos aprendido nada y hemos perdido el respeto a un virus que acaba con la vida de las personas. No somos capaces de entender que se trata de un peligro para todos nosotros. Niños, adultos y ancianos, somos víctimas potenciales del SARS-CoV-2. Si seguimos utilizando la mascarilla como hicimos durante meses, si guardamos las distancias entre unos y otros y si nos lavamos las manos tantas veces como sea necesario, podemos hacer que la vida sea más cómoda para todos y podemos evitar tragedias que se resuelven con una estancia prolongada en el hospital o con la muerte.
Es evidente que los grupos de personas no vacunadas se contagiarán irremediablemente si el virus sigue campando a sus anchas. Y es evidente que las vacunas no evitan el 100 por cien de los contagios entre los vacunados aunque sí hacen que la enfermedad sea más llevadera y los casos graves disminuyan de forma ostensible. Por tanto, si se da luz verde a la vacunación de los más pequeños será una excelente noticia. Y si los negacionistas y antivacunas van siendo menos con el tiempo (hay que intentar hacer pedagogía con ellos) también.
No se puede convivir con el virus sin pensar que la gente muere. Es necesario hacer las cosas bien y cada uno de nosotros tenemos el compromiso de aportar nuestro granito de arena. ¿A qué esperamos?