Quijotadas

truco o trato

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23 abr 2016 / 22:55 h - Actualizado: 23 abr 2016 / 22:54 h.
"Truco o trato","Periodismo"

Juan Luis Pavón me contó el otro día la tristísima historia de un ingeniero que advirtió de los posibles fallos de la empresa en la que trabajaba y sus consecuencias ecológicas y económicas, de su desterramiento en la empresa y en el propio pueblo que luego padeció la tragedia, y de su muerte por infarto el día en que un juzgado desestimó la primera de sus denuncias. No hace falta ser un adicto a las series de suspense para saber de qué empresa y de qué pueblo hablo, pero la historia completa se la dejo a él por si, por fin, se atreve a sacar al Tom Wolfe que lleva dentro.

Y hablábamos de este hombre al socaire del caso Ausbanc y de otras marañas (perdón Jesús, el de Infolibre, vaya apellido para alguien tan claro) y de cómo en muchos casos de corrupción, en mayor y menor escala, tantas veces el mensajero ha sido la víctima. Desde la película El Dilema (en realidad El Informante según traducción literal de The Insider) en lugar de con Robin Hood soñamos con un Al Pacino que se parta la cara por un topo y que denuncie tropelías ya sea de una empresa o de un gobierno. Pero si la gesta del que se juega su puesto de trabajo es heroica, el papel del periodista que da la cara empieza a ser más novelesco que el replicante de Blade Runner, tan guapo.

Qué castizos somos: celebramos el cuarto centenario de la muerte de Cervantes con toda una celebración de quijotadas que tiene entre los periodistas a los Alonso Quijano más bravos. Si llevar la contraria es de por sí un riesgo, ejercer el periodismo se está convirtiendo en un imposible. Y la culpa no la tiene un malo perverso, a lo Goldfinger, sino que es compartida por todos, con nuestros nombres y nuestras jetas, aunque nos dejemos arropar por ese manto de responsabilidad difusa al que llamamos (no sin razón, que no me he vuelto loca) sociedad.

Esta semana hemos sabido que el modelo de las cabeceras nacionales de prensa escrita, fulminar sus delegaciones, ha hecho tendencia: un ERE en el diario El Mundo va a dejar a la plantilla andaluza, salvo algún Robinsón, en la calle. Ya pasó en El País y ya está pasando en otras cabeceras americanas, europeas, y chinas no porque allá lo de la libertad de prensa anda reguleras. Según las Asociaciones de la Prensa los medios han sufrido la peor reconversión industrial que se conozca, proporcionalmente superior a aquellas hogueras que incendiaron de Norte a Sur los Astilleros o los Altos Hornos, hace ya dos décadas. Es algo más que una crisis económica y de publicidad, es obvio, tiene que ver con la gratuidad de la información en las redes, con la burbuja informativa a todos los niveles y con, no debemos ignorarlo, el desprestigio de los medios. Y digo medios y no oficio porque sinceramente creo que mientras la opinión por el periodismo (demostrado en cada encuesta) es mala, o muy mala, algunos periodistas han vuelto a ser el norte del estado de opinión, se han convertido en referentes morales, si alguno no lo era ya

Y son quijotes. Trascender la información convocada, el periodismo de declaraciones, la publicidad encubierta y hasta el chantaje es una quijotada.

Si no estamos a la altura, si dejamos de premiar, comprar, sostener el buen periodismo como sujetos de la información, como ciudadanos, perderemos todos. Porque el periodismo (el bueno, no hablo del malo como los arquitectos no hablan de los chapuzas, ni los maestros de los abusadores ni los médicos de los negligentes) es el on de la democracia. Prescindir de su función es saber que en este juego de poder en el que nos movemos tenemos el game over asegurado. Y no estamos tan lejos. Como decía mi madre cuando el cuarto de jugar subía de temperatura: esto acabará en llanto.

Si no lloramos ya.