La historia del desencuentro de Sergio Ramos con parte del sevillismo es enrevesada. En Madrid es simple: la afición del Sevilla se porta mal con el que fuera su jugador y no hay más que hablar. Desde la provincia sureña hay más elementos de juicio porque se conoce la historia y la idiosincrasia de una hinchada. Eso y que no hay condicionantes que temer. Pero como enrevesada que es la historia, caben mil opiniones. Lo que no tiene cabida es defender que se insulte a una persona, por mucho que se pueda llegar a comprender que en un momento de exaltación, habiendo provocación y frustración de por medio, a una persona educada y calmada en cualquier otro escenario se le escape un improperio desde una grada de un estadio.
Aclarado este asunto en el que la inmesa mayoría convendrá, quiero aportar mi visión de esta relación rota ya para los restos. El análisis empieza en el verano de 2005. Sergio Ramos es ya miembro del primero equipo del incipiente Sevilla. Una apuesta segura de la gran cantera nervionense. Una futura estrella destinada a liderar al equipo andaluz desde su centenario hasta que ya sea imposible retenerlo. Pero llega el Real Madrid, dispuesto a pagarle al Sevilla 27 millones de euros. José María del Nido lo tiene claro: a pesar de la venta de Baptista, la estrella del Sevilla, a Florentino unas semanas atrás, esta oferta es estratosférica por el joven canterano. Aun así, desde el Sevilla se le invita a Sergio a aguantar al menos un año más. El central no quiere, como es lógico, dejar pasar el tren del Real Madrid. ¿Quién le dice no al Real Madrid? Sólo unos pocos y por motivos de enconada rivalidad, esto es, un 1% de la humanidad futbolística.
Sergio Ramos, públicamente, reitera que su deseo es asentarse en el Sevilla y ganar muchas cosas con el conjunto de Nervión. En privado, le dice sí a Florentino Pérez. Ahí está el ingrediente estrella de esta relación, más allá del posterior disfraz de cláusula que se le pone a la venta del jugador. El caso es que Sergio Ramos, destinado a ser el ídolo del sevillismo y capitán del Sevilla, se marcha al Real Madrid, uno de los equipos que más antipatía despiertan por Nervión. Sentimiento que aflora por ese carácter de rebeldía ante el poder establecido del Sevilla. Eso sí, no ha ocurrido lo mismo con otros jugadores, léase Rakitic, quien le dijo sí al Barcelona mientras declaraba su amor al Sevilla y decía que quería renovar. A Sergio no tuvieron tiempo de cogerle tanto cariño.
En sus primeras comparecencias en el Sánchez-Pizjuán, Sergio Ramos es silbado e insultado desde el Gol Norte del estadio sevillista. Aceptable lo primero, censurable lo segundo. A medida que los años pasaron, desde el Sevilla se intenta reconciliar a las partes a base de declaraciones públicas destacando que Sergio ha dado numerosas muestras de ser sevillista y de respeto. Incluso se le hace un homenaje en el césped del Sánchez-Pizjuán. La mayoría de la afición entiende que o bien ya ha pasado demasiado tiempo y hay que olvidar, o bien no hay motivo alguno para silbar a un jugador que se declara sevillista y que cometió el ‘pecado’ de decirle sí al mejor equipo del mundo. Las últimas visitas de Sergio Ramos a Nervión los silbidos aparecieron, pero eran destinados al Gol Norte, a censurar los insultos que desde allí se gritaban. La reconciliación era mayoritaria.
Pero llega el jueves 12 de enero de 2017, el penalti a lo Panenka en una eliminatoria casi decidida, los gestos hacia los Biris Norte y el estallido general del Sánchez-Pizjuán. La reconciliación, que había resistido el celebradísimo gol en el 93’ en la Supercopa de Trondheim y una inexplicable impaciencia por marcar una falta en un Madrid-Sevilla que iba 7-3, es ya imposible. Sergio Ramos debió usar la cabeza antes que el pie: ¿Mereció la pena? Insultar nunca se puede justificar, pero ¿qué se le puede reprochar al hincha del Sevilla que le silbe este domingo? Será casi unánime, lógico. Es cierto que pidió perdón al resto de la grada, pero Sergio se olvida de que el sevillismo, ese al que él pertenece, no se divide en categorías, es sólo uno y va a una, sobre todo cuando se siente atacado. Aquello del Big Bang ¿recuerdan?