Nos creemos que el Covid-19 es una especie de fin del mundo y mirado históricamente es una pandemia pequeñita en relación con otras de las que los medios nos han estado hablando estos días. Claro que para todo el mundo lo suyo es lo más grave que ha ocurrido desde el inicio de los tiempos y qué complicado resulta que todos observemos la vida desde una perspectiva histórica en lugar de hacerlo desde nuestro reduccionismo temporal, desde la chispa insignificante que es en realidad el instante en que pasamos por aquí. “Cuánto penar para morirse uno”, que dice el endecasílabo magistral de Miguel Hernández, extraído del corazón de la sociedad, nada de palabras bonitas, bien construidas pero que aburren a las ovejas, como suele ser norma en la poesía.
Cómo se complica la vida cualquier pareja por culpa del orgullo de cada uno y de la libertad que dicen perseguir uno y otro. Cómo nos complicamos en España el asunto de la reconciliación necesaria para caminar como país de países, nación de naciones o como se desee llamar a este territorio, a mí me da igual en el fondo, yo lo que quiero es mirar hacia delante buscando al mismo tiempo señas de identidad que nos unan a todos en Iberia y volver a ser la potencia mundial que fuimos, darnos a respetar, en suma. Holanda fue potencia mundial y desde hace poco es una parte de los Países Bajos.
La bandera es el primer síntoma de discordia en España. Hemos vuelto atrás. Alemania y Francia se destrozaron en la Segunda Guerra Mundial que terminó en 1945 y, sin embargo, en 1950 Francia comenzó a alentar lo que, en 1951, con el Tratado de París, fue la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), germen de la UE, de la que formaron parte los dos países citados más Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. Cinco años antes estaban matándose, Alemania e Italia aliadas y el comunismo pisando fuerte. Aun así, Europa se entendió.
En España, en los primeros años 70 del pasado siglo, los que estábamos entonces en la clandestinidad, militando en células del Partido Comunista, recibimos una consigna desde la dirección, en el exilio todavía: hay que apostar por la reconciliación entre los españoles. Yo estaba en una célula clandestina de periodistas comunistas en la que había nombres muy conocidos que no menciono por respeto a quien quiera guardar su vida personal. Cada uno hicimos algo en nuestro medio de comunicación en pro de la reconciliación, lo que pudimos, con el fin de influir con esta idea en una opinión pública temerosa por lo que iba a pasar cuando Franco faltara.
Aquella política de reconciliación nacional la estaba manejando el PCE desde los años 60, causándole divisiones internas graves, pero fue la que se impuso finalmente, con el eurocomunismo. Cuando Carrillo regresó a España tras la muerte de Franco, ofreció en 1977 una rueda de prensa acompañado por los lideres más destacados –Ramón Tamames, Marcelino Camacho, Pilar Brabo, Ignacio Gallego, Jaime Ballesteros, Tomás Iglesias...- en la que anunció que junto a la enseña comunista luciría en la sede del comité central del PCE “la bandera del Estado”. Es un interesante y conocido documento histórico que se puede consultar en esta dirección: https://www.youtube.com/watch?v=zZkaW-3K698.
A partir de entonces, en los mítines de Carrillo figurarían las dos banderas. Más tarde llegaría la Constitución de 1978 que la dirección del PCE ordenó a sus militantes votar a favor a pesar de la presencia de la bandera, de la monarquía y de la consagración de la propiedad privada y la especial mención a la iglesia católica. Pero como aquella constitución servía tanto para un roto como para un descosido, el militante comunista la votó tapándose la nariz porque existía el artículo que ahora luce Pablo Iglesias, el 128, punto 1: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”.
Aquel esfuerzo de reconciliación se ha ido al garete en pocos años y es preciso que vuelva, no existen aún condiciones objetivas para poder utilizar ese artículo 128 porque el país está crispado con una mayoría silenciosa aturdida, empobrecida y temerosa que no ha votado masivamente a favor de Podemos, el partido que desea aplicarla, ¡siendo la cuarta fuerza política de España! Vamos a ser claros: Carrillo apostó por la reconciliación a costa de cargarse a su propio partido, fue un daño colateral en pro de un entendimiento. Luego irrumpieron el derribo del Muro de Berlín, la descomposición de la URSS y el capitalismo comunista de China. No me parece que sea el momento para jugar al socialismo marxista, primero hay que arreglar la casa que está patas arriba y para eso todos tenemos que renunciar a algo de lo que somos y fuimos, como se hizo en tiempos peores que éste nuestro marcado por la pandemia Covid-19.