Por José María Hernández-Villalobos, 18 años ganador de la XIV edición www.excelencialiteraria.com
En esta etapa de nuestra sociedad, cada vez cobra más relevancia el ocio a través de la imagen y el sonido, lo que está dejando la lectura en un segundo plano. Después de tantas horas a la jornada acompañados por música, películas y series de televisión, la pereza se apodera de nosotros ante el libro sin abrir.
Este cambio en nuestros modos de diversión confunde facilidades con avances. Ya sabemos que la tecnología nos facilita la realización de muchos trabajos, que nos mantiene constantemente contectados y que nos permite divertirnos en cualquier lugar (mientras exista una red de internet a la que engancharnos), pero cuando nos lleva a no ejercitar aquellas actividades que enriquecen el espíritu, no deberíamos de considerarla progreso.
Leer nos exige silencio y concentración para que la imaginación se suelte. También nos pide un grado de formación intelectual, ya que su andamiaje se apoya principalmente en la razón y no en los sentidos. Si el simple hecho de leer —independientemente del contenido— nos ayuda a reforzar los resortes de nuestra actividad intelectual, cuando le sumamos un buen argumento y un mejor estilo literario, a la velocidad de aprendizaje se une el disfrute.
Deberíamos leer más, ¡mucho más! Los sabios, los artistas, los contadores de historias, los poetas... nos han dejado su corazón abierto a nuestra disposición. Y no es un corazón cualquiera, ya que han sido dotados de dones para escribir en nombre de todos. ¿Acaso no nos basta con mirar alrededor para reconocer a las personas que leen? ¿Acaso no es fácil percibir que saben más de la vida?