La vida fluye y se renueva constantemente, como reflexionara Heráclito de Efeso. Y hasta los bienes patrimoniales están sometidos a una irremediable renovación, aunque deba afianzarse su vinculación con la autenticidad de su pasado, para permitir al hombre seguir reconociéndose en ellos y perpetuar su legado vital. La Semana Santa sevillana no es una fiesta religiosa anquilosada ni fosilizada, sino que se nutre de savia nueva cada año, si bien con una fidelidad extrema a las formas heredadas, y a las Imágenes Sagradas que son su expresión más sublime. Afortunadamente, en esta primera década del siglo XXI, han triunfado de manera definitiva entre los responsables y los cuerpos sociales de las hermandades, los necesarios criterios técnicos de la conservación y la restauración de los bienes culturales. Todo ello gracias al esfuerzo y a los logros de magníficos profesionales, y a los esfuerzos de concienciación operados desde el ámbito universitario y administrativo. Basten dos muestras recientísimas de buen hacer para demostrar esto. La primera es la intervención sobre la Virgen del Dulce Nombre, que ha recuperado los matices y las sonrosadas coloraciones del mejor Castillo Lastrucci. La segunda la operada sobre la Santísima Virgen del Rosario de Montesión, que muestra renovada su hermosísima policromía nacarada tras su restauración. En ambos casos estimo que se ha conjugado perfectamente ese difícil equilibro de mantener la apariencia con la que fue creada, contentar a los devotos para que no se desfigure la imagen actual y asegurar su transmisión a las generaciones futuras. Así, renacidas, se presentarán estas Imágenes emblemáticas que seguirán repartiendo bendiciones y llamando corazones. No son ni serán las únicas. Debemos sentirnos orgullosos de esta magnífica generación de conservadores, historiadores del arte, imagineros y profesionales de los más diversos oficios que permiten mantener vivo el legado patrimonial de nuestras cofradías. ~