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Intrusos

Respeto y altanería

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29 sep 2022 / 04:00 h - Actualizado: 29 sep 2022 / 04:00 h.
"Intrusos"
  • Respeto y altanería

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El coro de los niños de Viena se queda corto, a años luz, de las sinfonías que se tienen que soportar en las calles de Sevilla ante una procesión. Es un tema de actualidad, del que ya han escrito compañeros en El Correo de Andalucía pero que hoy también quería expresar mi opinión.

Cuando era pequeño, hace ya casi medio siglo, y mis padres me llevaban a ver la Semana Santa en Sevilla o una procesión, había un clima de respeto absoluto, un silencio sepulcral donde el “run-run” de los comentarios, en voz baja, de los presentes, era lo común, no se alteraba ni se molestaba, no había estridencias, se disfrutaba del recogimiento necesario que se debe tener, se disfrutaba de una marcha, de una “revirá”, hasta del silencio cuando se arriaba el paso y la nitidez de la voz del capataz llamando a sus hombres.

El tiempo pasa y no pasa en balde, nuevas generaciones han llegado y también una nueva forma de entender las cosas, de entender la Semana Santa y la devoción.

No voy a generalizar, no todos son iguales, los hay desde aquellos que son tildados de «capillitas», que gozan de la Semana Santa, que mantienen una compostura y una saber estar, quizás recogiendo esa tradición del pasado y que eso de «capillita» debe ser un orgullo.

Luego están los que dicen ir a ver la Semana Santa -hermandades de Gloria, salidas extraordinarias, etc...- por tener una excusa para estar en la calle, sin más devoción que la de estar con los amigos y rendir culto a otro tipo de «procesiones».

Tenemos también a las personas que no pueden contener la emoción de ver a un titular, de lanzar un «guapa» -uno sólo- o de llorar en el sentido más amplio de la expresión y del sentimentalismo.

Luego tenemos los que salen a hacer el gamberro, los que tienen un comportamiento pésimo en las calles, donde cada esquina es ideal para montar un improvisado urinario público que deja una calle pestilente -asquerosa más bien- o los que improvisan una botellona casi al lado del cuerpo de nazarenos de la hermandad plaza y calle pública.

Finalmente tenemos a los que parecen tener ensayados los gritos, acompasados con la música, en los momentos justos, casi estudiado al milímetro, a la nota, acaba la música o hay una pausa y resuenan «los niños cantores de Viena» con sus estridencias, rompiendo ese respeto y recogimiento, ese disfrute.

Puedo entender la pasión y el fervor que tienen, lo puedo entender, pero no puedo entender ese eterno soniquete que lleva un paso detrás y ese relevo sin pausa que desde un tiempo para acá acompaña a cada hermandad.

Los tiempos están cambiando pero desde luego esa queja de un costalero es la voz del pueblo, la voz de todos contra unos pocos, sólo pide respeto, sólo eso, recogimiento, vivirlo pero interiormente...

Lo contrario, que esto vaya a más, será un motivo para que yo, al menos, me piense si salir o no a disfrutar de la semana grande de la ciudad o de las muchas salidas extraordinarias que se viven.