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Retratos de invierno

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04 feb 2022 / 10:12 h - Actualizado: 04 feb 2022 / 10:14 h.
"Tribuna"
  • Retratos de invierno

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La luz iba perdiendo intensidad, diluyéndose en el aire frío de una tarde de invierno. Diagonales gruesas de claridad aún resaltaban las traseras de los edificios dejando entre unos y otros fondos grises.

Otro día más, las paredes estaban cubiertas con carteles de una niña desaparecida hacía meses. La policía temía lo peor y ponía sus sospechas en un familiar.

Abril , una chica de dieciocho años, dejó de mirar los carteles de la posible víctima para concentrarse en un pequeño descampado. Respiró hondo y comprendió pensativa que en su vida la muerte la acecharía siempre, visible en la intención propia, unas veces o adherida a la sensibilidad de unos labios carnosos, otras.

Soy como una mamba negra, una amenaza cercana que hiere de muerte y busca el rastro de sus presas.

Anduvo por las calles, cruzando pasos de cebra sin apenas mirar. Sin darse cuenta, llegó a una calle concurrida de bares y se sentó en la terraza del que parecía más vacío. Pidió una copa de pacharán, encendió un cigarrillo, echó un vistazo al móvil y observó durante un rato el fluir continuo de las personas con un fondo de música de bachata. Así estuvo absorta durante un buen tiempo entre cigarro y cigarro, midiendo el paso de la tarde con el lento derretir del hielo de su vaso vacío.

Un pequeño temblor le volvió al momento y al sitio, viéndose observada por la figura de un hombre en el interior del bar. La miraba sosegadamente y ,tras un impulso calculado, vio cómo sacaba de su mochila un cuaderno de dibujo y un carboncillo. Así que pronto sospechó que la estaba dibujando.

Abril, entre tanto, llamó al camarero para pedirle otra copa de lo mismo y un favor especial. Después de algunos rodeos por varías mesas, la mujer vio como el hombre se acercaba al dibujante y le hablaba. Asintiendo lentamente el pintor, arrancó varias hojas en blanco de su libreta, buscó un lápiz de su mochila y se lo entregó al camarero que volvió al lugar de la chica para dejarle todo el material en su mesa.

Sin apenas luz, Abril empezó a dibujar también el rostro del desconocido. Ambos sabían que sus retratos eran imposibles por la distancia y por el continuo flujo de la gente. Se hizo la noche pero los dos seguían retratándose. Ya no importaban los rostros. Terminaron pintando también paisajes, objetos, edificios e incluso improvisando pequeños poemas; toda una batalla para ver quien desnudaba antes el alma de cada uno de ellos. De repente, el hombre vio cómo la joven, derrotada, pagaba las consumiciones y se alejaba lentamente del bar. Después de pensar un rato, decidió ir detrás de ella. Ya no se la volvió a ver más...

Algunas calles cercanas al bar aparecieron, al día siguiente, empapeladas con las hojas del hombre retratado por Abril y otros dibujos de tumbas sin nombres en las lápidas. Nadie relacionó los dibujos con la chica desparecida.

La policía y los medios de comunicación, por otra parte, difundieron la noticia de la desaparición de la joven y la maquinaria habitual de búsqueda se puso en marcha desterrando los días, horas y segundos a un páramo de desesperación.

Abril se había esfumado. Unas semanas más tarde fue hallada muerta en el mismo descampado al que ella solía ir. La noche anterior había diluviado y su cuerpo desnudo apareció sin señales de violencia. Más tarde la autopsia desvelaría una ingesta masiva de ansiolíticos. Pero nadie advirtió que el suelo enfangado y rodeado de una charca, en el cual yacía la joven, estaba removido. Llamó no obstante la atención una hoja mojada cerca de su cuerpo. En ella estaba escrita la letra incompleta de una vieja canción: si tú y yo somos de esos que no cumplen más de treinta...

Los años pasaron rápidos. Un día de verano una constructora decidió levantar un edificio en el mismo descampado de aquella muerte tan extraña. Los primeros arañazos de la excavadora, desvelaron enterrados los restos de un cuerpo humano, debajo de la misma superficie donde encontraron el cuerpo de Abril. Junto a él ,esparcidos, una mochila con retratos de la muchacha, unos lápices y una navaja. La autopsia, en este caso, sentenció que los restos correspondían a un hombre; un cualquiera asesinado probablemente aquellos días de la desaparición de Abril, una sombra fosilizada de esta que hasta ahora no había visto la luz.

En el bolsillo de la camisa del presunto dibujante, solo encontraron una hojita manchada de pacharán con palabras escritas a modo de telegrama: me derrotaste, mi navaja crujió, mi dulce venganza, grité a la ciudad tu destino y me fui contigo.