Opinión

Gabriel Ramírez

Rocío Carrasco dinamita el mundo del corazón

Fotografía: Telecinco

Fotografía: Telecinco / Gabriel Ramírez

Rocío Carrasco está llenando de lágrimas los hogares de toda España.

He de confesar que no me interesa gran cosa nada de lo que está diciendo en un programa tan cacareado como rentable para la cadena de televisión que lo emite, pero me lo he estado tragando ya que, hace mucho tiempo, perdí el control del mando a distancia. Somos siete en casa y esa batalla ni la disputé.

La cosa va de un marido que debe ser el demonio, de una mujer pasando las de Caín y con unos problemas psiquiátricos que le han llevado al límite y al hospital, de unos hijos que han sido educados arrimados a la versión del padre y nunca de la madre. En fin, algo que ha podido suceder en miles de hogares españoles. En este caso, los protagonistas son famosos y la cosa ha tomado una importancia descomunal.

Me gustaría poder estar emocionado entre tanta lágrima y entre tanto rencor y tantas emociones haciendo explosión. Pero no es así. Cualquier cosa que sea comerciar con los asuntos que afectan a los hijos, a los padres o a cualquier persona que sufre, me parece mezquino y prescindible. Y ya les digo yo que esta chica no ha ido gratis al estudio de grabación. Y el padre, por lo que me dicen, lleva viviendo del cuento desde hace más de veinte años, cobrando por ir de plató en plató ventilando las desgracias. Y la cadena de televisión va a conseguir hacer una caja descomunal. Comerciar con estas cosas es asqueroso. Sencillamente, repugnante.

No me interesa la historia que se está contando, pero me interesa menos la opinión de los colaboradores y del presentador. Son una banda de aprovechados que destrozando personas (incluida la protagonista del programa) se han hecho de oro.

La zafiedad, la mugre y la caspa, que ha desprendido el programa son para estudiar dentro de unos años. No puede ser que hayamos llegado a esto y no tengamos que arrepentirnos antes o después. Aquí lo dejo. Voy a leer hasta que el sueño me venza sin remedio.

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