Mira la Belarra, la pobre, metiéndose con Mercadona y Carrefour. No dice que en Mercadona hay trabajadores que se dan de alta y de baja para poder cobrar el paro o irse de fiesta, como sus clientes votantes son los “vulnerables”, esos “vulnerables” siempre tienen la razón. Un día a lo peor me detengo en perder el tiempo -porque nadie escarmienta en cabeza ajena y menos estos niños prepotentes por mal criados- y le explico a mis excolegas rojos por qué no se puede ser rojo ya en este mundo o, al menos, por el momento. Daría igual porque ser rojo -como ser azul o verde- es un medio de vida material y espiritual y sólo los valerosos son capaces de mirarse al espejo.
El pobre color rojo para lo que ha quedado: para censurar, no para liberar, como se decía antes. En realidad, nunca liberó de nada el color rojo, pero era bonito creerlo. “Fachas, jodeos, tenéis la sangre roja y el corazón a la izquierda”, leí una vez en una pintada. Se supone que era la gente de izquierdas, los “representantes de los obreros” y de su cultura obrera los que la escribieron. ¿Qué obreros? ¿Qué cultura obrera? Los obreros no existen. Son más conservadores que los conservadores. Roig arriesga, los obreros conservan. Los obreros son de derechas, aspiran a ser burgueses, es más, ya lo son. La cultura obrera no existe, no hay más cultura que la que representan Mercadona y Carrefour.
Los obreros nunca leyeron a Marx, lo leyeron los patronos para convertir a los obreros en lo que son: aspirantes a ricos. Y eso ya lo sabían tanto Marx como Engels y el embalsamado Lenin a quien nunca dejan descansar en paz: de revolucionario a atracción de feria en la plaza mayor de un pueblo llamado Moscú.
El pobre color rojo, cómo lo han transformado en negro fascista, en azul fascista, en gris, en un rojo desactivado, como un virus sin energía. Algún que otro banquero viste con tirantes rojos, el color que identifica a varios bancos es el rojo, determinadas grandes marcas del consumo proclaman en sus anuncios audiovisuales: “¡La revolución de los precios!”, imitando en su presentación a los viejos carteles de la revolución bolchevique, con fondo rojo. El rojo es el color de los coches pilotados por mujeres y hombres supuestamente agresivos que en realidad son perros de paja del mercado.
Pobre rojo, le ha pasado como a la camiseta del Ché. Ahora existen hasta camisetas rojas con la leyenda CCCP (siglas en ruso de la antigua URSS). Y son muy elegantes. Cuando existía la URSS y apuntaba con sus misiles nucleares a los mercachifles y miles de ciudadanos eran conscientes de que el mercado tenía que ser superado, ver una camiseta así era una casualidad o un milagro. Ya no hay peligro, la URSS se ha venido abajo y las bombas en potencia que significaban ciertos cerebros bien formados e informados, han sido desactivadas.
A Ione Belarra no le interesa saber ni profundizar en nada de esto porque entonces tendría que enfrentarse con ella misma y se le acabarían las razones para enfollonar en nombre de una imaginaria izquierda que para ella representa a Zeus, el dios de los dioses.