Me gusta pasear por Sevilla, por la calle Córdoba o la plaza del Salvador y oler a las variedades de incienso que colorean la tarde sevillana, me gusta poner la televisión y ver a mis compañeros de La Pasión o leer en Más Pasión las singularidades de nuestra Semana Santa, lo que no me gusta ver son las desastrosas imágenes de aquellos que se empeñan en poner el borrón en la noche más larga del sevillano, en nuestra madrugá.
El informe de los expertos –con el que se puede estar más conforme o no– indica que factores como la bonanza meteorológica o la afluencia de personas en las calles –derivada del primer factor– son elementos imprescindibles para que las oleadas de pánico se desencadenen en la calle ante cualquier ruido extraño o por la sugestión que amenazas como el terrorismo atenazan a nuestra sociedad de hoy. En ese sentido creo que no somos pocos los que, sin ser expertos, sabemos esos factores resultan vitales. No voy a enmendar la plana a aquellos que saben más de estos temas pero la explicación ofrecida parece obvia entendiendo lo complicado de su labor.
Realmente, tras los incidentes de la Madrugá 2017, muchos fueron los rumores de las causas, desde un fallido atentado hasta una conjura para que hubiera dos madrugás fervorosas en Sevilla amparada por intereses organizados. Rumores y despropósitos cuando lo realmente importante es que no se vuelvan a repetir tales sucesos.
Creo que existen herramientas para controlar, vigilar y prevenir este tipo de sucesos que sólo manchan la imagen de nuestra ciudad y estropear algo tan bello como nuestra Madrugá.