¿Sabe usted dónde vive usted?

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02 mar 2021 / 04:00 h - Actualizado: 01 mar 2021 / 16:12 h.
"Opinión"
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Se lo voy a decir yo: en la última aldea gala (vid. Astérix).

Durante los últimos años me he estado preguntando cuál es el centro del Mundo. En los años 80 (del siglo pasado) era evidente que el centro del Mundo era Nueva York (a nivel simbólico, claro). Nadie duda que en los años 60 lo fue París. Todos sabemos que Sevilla fue el centro del Mundo a comienzos del siglo XVI, o Córdoba en el año 1.000. Pero yo tengo la mosca detrás de la oreja de que «el Mundo haya sido en otra parte» durante las últimas décadas. Pues yo se lo confirmo. Nosotros creyendo que vivimos en medio (más o menos) de la pomada y resulta que la fiesta se fue hace tiempo a otro sitio. Visualízenlo: cuatro pringados en un piso moviéndose con un cubata en la mano creyendo que es la fiesta guay del barrio, mientras todos se han ido al chalet suntuoso del Gran Gatsby a tomar champán a dos manzanas de nuestro apartamento. Y ves a una chica y le dices: «Qué, ¿te gusta la gran fiesta del barrio?». Y ella: «Sí, esta bien. Pero molesta un poco el sonido y las luces que llegan de aquel chalet a lo lejos». Pues así estamos en Europa con relación a Oriente (y Andalucía es los lavabos del piso cutre, imaginen...).

Hong Kong ha sido el centro del mundo desde principios de siglo, y nosotros mirando, por inercia, al oeste. Hong Kong como puerto libre de habla inglesa y en el centro del eje de producción Corea-China-Singapur ha estado acumulando poder y proyección. Pero Shangai, como punto neurálgico de la superproducción tecnológica, se ha ganado por propio esfuerzo (y por el tratamiento capitalista en avance imparable del Partido Comunista Chino) su lugar en la segunda decena del siglo XXI. Hong Kong está siendo desinflada por la propia China, pero se relanzará cuando sea totalmente suya, porque su situación geográfica es sumamente estratégica. Miren en un mapa desde el Mar de la China Meridional hacia el este: Singapur, Tailandia, Vietnam, Hong Kong, Sur de China, Taiwan, Corea y Japón. La Gran Fiesta del Consumo. Y cuando hay consumo hay condiciones para las Artes y la Cultura y el pensamiento. Sobre todo, teniendo en cuenta que los sinogramas, lo que llamamos caracteres chinos, se leen en las dos Coreas, Taiwán, Japón, Vietnam y China. O sea, que allí se están dando un festín de modernidad que ni nos estamos enterando.

Piensen ahora en sus ciudades: Singapur capital tiene 6 millones de habitantes; Bang Kok, 9; Ho Chi Minh, 10; Hong Kong, 7’5; Shangai, 23; Pekín, 21; Tokio, 15. (No se olviden: la aldea gala de Sevilla, 0’7). Y no piensen solo que es un agobio vivir entre tanta gente -que por supuesto-; piensen en la cantidad de cerebros pensando e interrelacionándose, creando ideas, proyectos, aventuras. Y con economía para potenciar todo eso, y con tecnología y con mano de obra barata... Miren ahora el mundo de izquierda a derecha: comienza en Portugal y termina en Washington. El centro del mundo es el Océano Pacífico y sus países costeros. Nosotros somos la última aldea de la izquierda. Y así se nos ve desde allí. Cuando estuve en Tailandia el taxista ni sabía de la existencia de España (¡aunque sabía quién era Messi!).

Pero, el año pasado, cuando estuve en Hong Kong, los profesores de su universidad principal, que estaban en comienzo de depresión porque la China continental se los estaba comiendo antes de tiempo, me dijeron, cuando les pregunté que cuál creían que era actualmente el Centro del Mundo, me dijeron que creían que era...: Los Ángeles (California), con sus 18 millones de habitantes y las dos fuerzas expansivas más potentes del mundo: Silicon Valley​​ y Hollywood, en un entorno de economía liberal. (Me encantó el año anterior estar en un atasco viniendo desde Las Vegas en una autopista ¡de 13 carriles! Pensé: «Cuánta gente con pasta pensando el mundo»). Los Ángeles me pareció razonable: frente a Japón y China, a salto de avión...

Que conste que para mí el centro del mundo es y seguirá siendo el cruce de La Campana. Todas las distancias las mido desde ahí, mis amigos lo saben. Pero objetivamente sé que vivo lejos de todo conflicto y, por tanto, de toda influencia. Sé que no nos llega el vendaval de la colonización norteamericana ni china pero sí sus brisas que poco a poco nos van cambiando la cultura (comemos hamburguesas, pizza con piña, rollitos primavera; compramos iPhones de Silicon Valley fabricados en China, vemos películas y series americanas y de Jackie Chan, y vamos al ‘chino’ a comprar perchas). Que conste que no me importa perder nuestra Cultura (ella también fue construidas por influencias: romanos, árabes, cristianos, europeos, norteamericanos. Yo, caso raro, soy, todavía, hijo de la influencia centroeuropea del Romanticismo y adoro a Bach, Schubert, Mahler -hay gente pa’ to’, tú) y de la Literatura Norteamericana (»¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?») y su cine (¿y quién no?).

Vivo en una ciudad que fue el centro del mundo hace 500 años y que vive de aquel legado. Pero el «centro» se alejó, y ahora miro el mundo en Google Earth y me siento tan distante de todo, aquí en mi pequeña aldea, al extremo este de la Fiesta, preocupado por pequeñas cosas caseras, y, qué diablos, ¡estoy encantado!