Sagradas

La igualdad entre hombres y mujeres es un deber y una obligación de todos los hombres y mujeres que forman una sociedad. La violencia de género o el acoso sexual no tiene espacio en una sociedad moderna

Image
08 mar 2018 / 10:01 h - Actualizado: 08 mar 2018 / 10:02 h.
"La vida del revés","Día de la Mujer","Huelga feminista 8M"
  • Sagradas

Nací el año 1964. Por tanto, pertenezco a la llamada generación‘Baby Boom. Es decir, esa época en la que España se llenó de niños gracias a que el futuro parecía más prometedor a muchos ciudadanos.

Estudié en un colegio en el que solo había chicos en las aulas. Y religiosos. Si queríamos tener algún tipo de relación con las chicas teníamos que ir hasta la puerta de su colegio. Generalmente, no sabíamos qué decir ni qué hacer. Los chicos nos hacíamos machistas a la fuerza encerrados en el colegio y pareciendo unos ridículos depredadores en la puerta del colegio de las chicas. Recuerdo todo esto con verdadera desazón.

Mi casa era una especie de cuartel en miniatura. Mi padre militar, mi hermano mayor lo terminaría siendo, todos los hijos varones, los vecinos militares. Infancia y juventud las pasé en territorio hostil para las mujeres. Y el caso es que había una entre nosotros. Mi educación estuvo siempre teñida de un machismo que ni siquiera mi madre era capaz de percibir como nocivo, como tóxico. Es ahora, siendo ya una ancianita adorable, cuando es capaz de analizar la situación y asumir que aquello era un asco. Dice que entre tanto fogón y tanto calcetín para zurcir era muy difícil entender la realidad. «Pero si no teníamos lavadora cuando ya estabais los cuatro hermanos en el mundo», dice intentando justificar su ceguera. La paradoja se produjo el día que mi padre me invitó a sentarme y me dijo que las mujeres eran sagradas. Fue como ver una luz al fondo de un túnel. El mundo era como era y todos nos dejábamos llevar. Mandaban Franco y el nacional catolicismo. Pero mi padre me dijo que las mujeres eran sagradas. Con todas sus condecoraciones, con todo ese carácter tan castrense que le gustaba exhibir, con esa falta de cariño aparente que se escondía debajo de la rudeza, en ese lugar en el que aprendí a encontrar lo mejor de mi padre. Era la primera vez que lo escuchaba. De la inercia más machista llegaba la primera señal que llevaría a un camino diferente.

Reconozco que llegué a confundir las cosas peligrosamente. Hubo un tiempo en el que creí entender que las mujeres tenían una función muy concreta y limitada; que eran los hombres los que llevaban la voz cantante, los importantes en esta historia. Afortunadamente, me duró muy poco la tontería.

Conocí a mi mujer y descubrí una forma nueva y distinta de inteligencia. Las obras de arte eran, de pronto, otra cosa. Un niño era otra cosa. El mundo entero era otra cosa. Descubrí que la única forma de avanzar era contando con ella, con esa forma de mirar que complementaba a la perfección la mía. Lugares inalcanzables hasta entonces se podían rozar con la punta de los dedos. Todo el cuidado sería poco. Efectivamente, las mujeres eran sagradas. Incluso las que eran incapaces de escapar del escenario que les imponía un patriarcado terrible. Mi madre seguía a lo suyo. Intentando cuidar de los suyos como podía.

A los pocos años, en casa las cunas se llenaban de niños. Varones. Uno, dos, tres. Y de forma inopinada llego la pequeña. Yo, que había sido un proyecto perfecto de machista recalcitrante, me había convertido con los años en un proyecto fracasado de forma apabullante. La naturalidad, la inteligencia, la ternura o la delicadeza que puede desplegar una niña no tiene posible comparación. El universo volvía a saltar en mil pedazos. Y el fracaso ya era algo digno de estudio.

Las mujeres son sagradas. Desde luego que sí. La igualdad entre hombres y mujeres es un deber y una obligación de todos los hombres y mujeres que forman una sociedad. La violencia de género o el acoso sexual no tiene espacio en una sociedad moderna.

Señores, no debemos tener miedo. Sí, los hombres tenemos miedo y no podemos seguir siendo tan ridículos porque las mujeres lo único que han hecho hasta ahora es aportar, sumar a lo que somos los hombres. No podemos seguir restando o permitiendo que otros lo hagan. Es absolutamente necesario que exploremos los caminos posibles que nos lleven a vivir en igualdad de condiciones, sin utilizar nuestra fuerza para imponer lo que somos o queremos ser a las mujeres. Eso es, sencillamente, un acto de cobardía y de estupidez.

Me gusta ser un proyecto de machista fracasado. Me gusta presumir de intentar, cada día que pasa, que las mujeres tengan las mismas oportunidades que tengo o he tenido yo. Son sagradas y eso no es poco. Son sagradas y, nos guste mucho o poco, el futuro está en sus manos. Son sagradas y soy lo que soy gracias a ellas. Todos somos gracias a ellas. Sí, somos gracias a ellas.