Los medios y los días

Se me ha muerto la impresora

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03 feb 2020 / 05:45 h - Actualizado: 03 feb 2020 / 05:45 h.
"Los medios y los días"
  • Se me ha muerto la impresora

Me lo dijeron el otro día: mi impresora ha muerto, debo comprarme otra. Es una impresora pública, esto es, está en mi despacho de la Facultad de Comunicación, ergo, me la tendrá que comprar la Universidad de Sevilla con dinero de usted y mío, todo porque, hace ya bastantes calendas, a los fabricantes de bombillas estadounidenses, primero, y a la General Motors, después, se les ocurrió la idea de la obsolescencia programada, o séase, que la ocurrencia de una mente enferma y codiciosa con neurosis obsesiva por la venta y el consumo al final termina por costarle dinero al contribuyente español. Y así con miles de productos. Cuánto me gustaría ver a Carmen Calvo y otros demagogos autodefinidos como progresistas, enfrentarse a esto en lugar de dedicarse a discutir si se debe decir Congreso o Congresa.

Sé que hay ya negocios que reviven los cacharros, pero lo normal en la Administración es que, a rey muerto, rey puesto, como el dinero es de todos pero al mismo tiempo es de nadie... Ya sabemos que estamos en el tiempo de los desechos rápidos, un coche ya no es para toda la vida como aquellos Seat 600, 950 o 1.500 de otras épocas o como los zapatos Gorila o Segarra, o los frigoríficos Westinghouse o los televisores Zenith o Telefunken. Ahora, al margen de que el chisme se te muere, si te empeñas en tener algo para toda o casi toda la vida es la propia gente la que te mira mal, para luego, eso sí, lamentarse con que nos estamos cargando el planeta por sobreproducción. La presión de la masa y la que uno mismo se impone son tremendas, Vicente tiene que ir donde vaya la gente.

Hace ya tiempo, Eduardo Galeano publicó un texto divertidísimo sobre eso de no aprovechar los objetos, ahora en lugar de proceder así preferimos reciclar que, aunque sirva de poco, viste mucho decirlo, cuando lo que tenemos que reciclar es nuestro cerebro al completo.

Escribía Galeano: “Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades” Y añadía: “¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza”. El mismo autor remataba su reflexión así: “¡¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica”.

Claro –me dirán los fabricantes-, ¿y qué hacemos cuando todo el mundo tenga coches para toda la vida y hasta impresoras? Esta pregunta ya es inútil, la gente ha asumido que cambiar y cambiar es lo normal y lo que da caché, eso se llama introyectar algo que no es tuyo o, dicho de otra manera, que te han lavado el coco, chaval, y hasta te han creado un estado de ansiedad severa si no posees lo último de lo último. Antes muerto que sencillo y con lo básico.

Lo único que de verdad necesitamos es ropa duradera para vestirnos decentemente, productos sanos para la alimentación, tecnología y objetos de toda clase para la educación, la investigación, la sanidad y la defensa militar si nos atacan. El resto es prescindible pero ya no podemos pasar la vida sin pamplinas mil. Mi impresora se me ha muerto, le pondré el Réquiem de Fauré en su memoria y dentro de un rato que me instalen otra, aunque la muerta tenga arreglo.