Pasa la vida

Secuelas del deporte prostituido

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
19 ene 2022 / 06:38 h - Actualizado: 19 ene 2022 / 06:46 h.
"Pasa la vida"
  • Secuelas del deporte prostituido

Prostituir el deporte tiene consecuencias en la sociedad, terreno de juego de la convivencia donde van en serio la rivalidad entre la verdad y la mentira, la competición entre la ética y el engaño, el enfrentamiento entre la concordia y el rencor, el campeonato diario entre las satisfacciones y las frustraciones. En lugares como Sevilla acontece ahora un impacto negativo por partida triple, a causa del infame protagonismo global del gran tenista Novak Djokovic como irresponsable y tramposo embajador de la ambigüedad antivacunas; por obra y gracia del hipócrita negocio que ha perpetrado el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, para que la Supercopa de España de fútbol se dispute en Arabia Saudita a cambio de ayudar a blanquear una de las tiranías más impresentables; y por culpa de todos los hechos y comentarios vergonzosos protagonizados por profesionales del Real Betis Balompié y del Sevilla F.C. en relación al canallesco lanzamiento del palo por parte de un insensato forofo, que impactó en la cabeza del futbolista Joan Jordán sin que, por fortuna, le causara mucho daño. Tres goles en propia meta que el deporte ha de remontar para no seguir descendiendo de categoría como representante y abanderado de las mejores cualidades humanas.

La educación en valores dentro o fuera de las escuelas ha de luchar en inferioridad de condiciones y en un campo muy embarrado cuando la enorme potencia mediática que atesora el deporte, y su capacidad para forjar ídolos e identidades, están al servicio de enmascararlo como un negocio donde todo vale para justificar los injustificables hechos consumados. Donde los que son puestos en entredicho, porque estorban, son la moralidad, la imparcialidad, el respeto al prójimo, el cumplimiento de las normas, la tolerancia cero hacia cualquier forma de violencia física o verbal, el placer de hacer o ver deporte sea cual sea el tanteo y el palmarés.

Para que consiga más millones de ingresos un balompié tan conocido en todo el mundo como el español gracias a equipos como el Real Madrid y el F.C. Barcelona, no es necesario ni inevitable realizarlo en Arabia Saudí, cuyo hombre fuerte, el príncipe Mohamed Bin Salmán, es tan deportivo que ordenó el asesinato y descuartizamiento del periodista saudí Jamal Khashoggi. Autoría que le atribuye hasta la cúpula de inteligencia de su gran aliado, Estados Unidos. En países democráticos ávidos de estrellas futboleras, como Japón, Corea del Sur, etc., hay precedentes del interés por parte de empresas e inversores en ese tipo de partidos y jugadores.

Los directores del Open de Australia, para consolidar la trascendencia del primer torneo de máximo nivel en el calendario anual del tenis, no necesitan sí o sí la participación del jugador que encabece el ránking masculino. Ni siquiera cuando es además quien más veces lo ha ganado a lo largo de la historia, como es el caso de Djokovic. Se fundó en Melbourne hace 117 años. Y es un evento de tanta envergadura en un país tan tenístico que la empresa organizadora, Tennis Australia, tenía 89 millones de euros como remanente para afrontar la celebración de la edición 2021, cuando por la pandemia covid solo podía poner a la venta la mitad de las entradas para ocupar las gradas y sus ingresos iban a mermar de modo considerable. Es un error morrocotudo devaluar la reputación de un torneo que está en los anales de la mejor historia del deporte, por aplicarle la visión cortoplacista de garantizar un alto índice de audiencia que satisfaga a patrocinadores y anunciantes, el intento de colar a Djokovic mediante un subterfugio administrativo que le amparara ante el natural mosqueo de todos los demás jugadores y del Gobierno australiano, al ser público y notorio desde hace más de un año que el serbio esquiva vacunarse y es refractario al principio de responsabilidad individual para cumplir las normas sanitarias de prevención del coronavirus que a todos nos conciernen.

No es inevitable que las gradas situadas detrás de las porterías de los estadios de fútbol sean el coto de radicales violentos con vocación de clan camorrista y pulsión delictiva. No es propiedad suya, no lo tienen escriturado en notaría alguna. Ya he sugerido en otros artículos cómo pueden reconvertirse los 'fondos' de ultras en los espacios infantil y familiar, con dinámicas de animación simpática para vivir los partidos como una fiesta y no como una tragedia. Cuánto bien le haría al fútbol el retorno de tantas familias que no se atreven a ir por miedo a la violencia. Y tampoco es inevitable el acceso de espectadores que se hayan empinado fuera del recinto todo el alcohol que dentro no pueden ni comprar ni beber, amén de sustancias estupefacientes al por mayor para estar colocados y atreverse a cualquier cobarde burrada amparándose en la masa. Esa triquiñuela para burlar la prohibición de adquirir y consumir bebidas alcohólicas ha de ser contrarrestada cuanto antes mediante un sistema de controles que en los que dé el cante la condición anómala.

Quien esgrima que eso es carísimo ha de compararlo con los costes tangibles e intangibles causados por sanciones para jugar a puerta cerrada, quedadas para batallas campales, despliegues especiales de la fuerza de seguridad para proteger a unos hinchas respecto a los rivales, servicios extra de limpieza municipal para remediar el emporqueramiento de espacios públicos necesarios para el esparcimiento vecinal, como sucedió en el Parque del Guadaíra, asolado por la multitudinaria botellona organizada horas antes del derbi copero Betis-Sevilla para bebérselo todo antes de ingresar en el Benito Villamarín. ¿Cuánto vale que en un domingo soleado las familias de un barrio no puedan usar el parque contiguo porque ha sido convertido en un vertedero?

Son demasiado relevantes los deportistas y directivos de Betis y Sevilla, Sevilla y Betis, que han de rectificar de inmediato, y disculparse, por contribuir consciente e inconscientemente, antes, durante y después del derbi copero, a justificar la insolencia y desacreditar el respeto al prójimo. Es una barbaridad no ponerse de parte de Luis Medina Cantalejo, presidente del comité técnico de los árbitros españoles, cuando trasciende que su familia ha recibido amenazas de hostigamiento en su domicilio. Es penoso que dos sensacionales entrenadores como Pellegrini y Lopetegui no enfríen momentos de polémica e incurran en declaraciones y actitudes que dan alas a quienes están fanatizados y viven por y para buscar un enemigo propiciatorio en el que proyectar sus neuras. Es desmoralizador que ocurriera una gresca entre algunos jugadores y directivos de ambos equipos en el túnel de vestuarios mientras se dirimía si se continuaba o se posponía el partido, y menos mal que los agentes policiales evitaron que se convirtiera en una tangana imposible de ocultar. Es abonar el terreno a males mayores en la ciudad que el Sevilla intentara aplazar a muchos días vista el desenlace de la eliminatoria. Y es infame que Guardado y Alexis se mofen de un futbolista alcanzado por un objeto lanzado con ánimo de hacer daño. Porque ellos saben de sobra que se ha dado tanta bola a la visceralidad maleducada en el entorno del fútbol que hoy puedes ser un ídolo y mañana puedes ser objeto de acoso, como le sucedió a Ronald Koeman en sus últimos días como entrenador del Barça.

No es inevitable que los valores del deporte sean corroídos definitivamente. Pero dense prisa en restaurarlos.