La Tostá

Seguiriyas para Ignacio

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
13 ago 2019 / 08:33 h - Actualizado: 13 ago 2019 / 08:36 h.
"La Tostá"
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Estos días recordaba el compañero Álvaro del Moral el 85 aniversario de la muerte del torero sevillano Ignacio Sánchez Mejías, ocurrida el fatídico 11 de agosto de 1934. Ya había muerto Manuel Torres, el célebre Niño de Jerez (1933), uno de sus cantaores preferidos. De no estar muerto, le hubiera cantado una de sus seguiriyas, que tantas noches le cantó en los tabancos de la Alameda o en su finca de Pino Montano:

Manuela de mi alma

te dejo un encargo,

que con las trenzas de tu pelo negro

me amarren las manos.

Cuando Joselito el Gallo, cuñado de Ignacio, se encontraba con la Niña de los Peines, la cantaora preferida del gran torero y de su madre, la Señá Gabriela, le decía: “Tengo hambre de tu cante, Reina de los Peines”. Es lo mismo que Ignacio les decía a Torres o a Tomás Pavón, el hermano pequeño de Pastora. El maestro era un enamorado del cante jondo y se gastó en fiestas flamencas lo que tenía y lo que no tenía. De Tomás le gustaba su timidez, que apenas hablaba en las fiestas, solo cantaba. Y de Manuel, al que llamaban El Majareta, el latigazo negro de su voz. Ignacio era mucho de los gitanos, como Joselito, Rafael El Gallo y Lorca. La casa de Gabriela, de la Alameda, en la calle Santa Ana, era la de todos los gitanos artistas que se buscaban la vida en esa zona de Sevilla. Cuando Gabriela estaba deprimida, José le decía a su tío El Águila, el abuelo paterno de Caracol, que se fuera a por Pastora, Diego Antúnez, Frijones, las Coquineras, la Macarrona, la Serrana, la Sordita y la Malena, y se formaba la fiesta. Otras veces iban Currito el de la Jeroma y su madre, la Jeroma, y cuando la depresión requería fiesta de verdad, Ramírez y el Bizco Pardal. Nadie decía que no a una fiesta en casa de la Señá Gabriela, como la llamaban los flamencos. Y si era Ignacio el que la daba, menos aún. El maestro era protector de flamencos, activista cultural y amante de Encarnación López Júlvez La Argentinita. Cuando estaban montando Las calles de Cádiz, uno de los espectáculos más grandes de la historia del flamenco, producido por Ignacio para la célebre bailaora, se iban a Cádiz y salían artistas de todas las casas. Todos querían ir con Ignacio, el hombre cariñoso y desprendido. Por eso aquella noche, la del 11 de agosto de 1934, sin Torres ya en la Alameda, sin Currito ni Frijones, en todos los tabancos se guardó un minuto de silencio y corrió el vino como el agua por las acequias. La voz de Tomás salía de la azotea del número 6 de la Plaza de la Mata, donde vivía, en la casa de su hermano Arturo y Eloísa Albéniz, como envuelta en un velo negro:

Poresito de Ignacio,

se lo ha llevao Dios.

Que Joselito, el de la Gabriela,

le dé su calor.