Histórico Viernes de Dolores de 2020, día 3 de abril. Siento que tantas personas creyentes de buena voluntad y/o amantes de la cultura, la historia, el arte, la estética, la antropología, la sociología..., no vayan a gozar de la Semana Santa este año. Lo siento también por los que buscan sobre todo el dinero y los puestos de trabajo que genera. La Semana Santa es para todos a pesar de que algunos ingenuos estén empeñados en acabar con ella. Precisamente en tiempos de crisis de valores y desconciertos por la rapidez con la que transcurren hoy algunos aspectos de la Historia, estas celebraciones pueden servir de consuelo a millones de personas.
Dicho lo anterior añadiré que en Sevilla existe una forma de relajamiento y de paz interior que nada tiene que envidiar a actividades importadas como el yoga que tan de moda está desde hace tanto y sin embargo a las no pocas personas que conozco que lo practican no les veo que hayan cambiado su forma de concebir la vida, a veces es al revés, son ahora más indolentes ante el mundo laboral de cada día y sus emociones siguen dominándolas como antes de entregarse a tal faena oriental a la que en realidad no se entregan sino que simplemente se dejan llevar por una moda impartida frecuentemente por intrusos.
Cuando vas paseando por el enorme casco antiguo que tiene Sevilla, pasas por numerosos templos que están abiertos al público. A ellos puede entrar cualquiera, no son como las mezquitas islámicas a las que no puedes acceder por ser infiel y esto hay que subrayarlo e insistir en ello porque tanta bobería posmoderna impide que destaquemos nuestras peculiaridades culturales y cuando lo hacemos, como en este momento, esa misma bobería nos puede acusar de intolerantes e insolidarios xenófobos y ya me dirán ustedes en este caso concreto dónde está la intolerancia y la medievalidad.
En los dos o tres últimos meses he entrado en varios de esos templos y he hecho algo muy elemental. Sentarme en uno de sus bancos sencillamente, a dejar que me envolvieran el silencio y la música sacra que lo acompañaba. Y ahora que se ha suspendido la Semana Santa tengo a estos actos como mi Semana Santa interior, en unos minutos la he sentido más y mejor que esperando o buscando pasos por las calles.
Sentí paz y nostalgia por el paraíso perdido en la iglesia de San Gregorio, desde donde sale la Hermandad del Santo Entierro, con su relevo inquietante de la guardia romana del cristo yacente. Lo sentí cuando acompañé a una amiga que deseaba rezar por su novio que se le moría de cáncer terminal y la acompañé a la iglesia de San Julián donde viven la Virgen de la Hiniesta y su hijo el impresionante Cristo de la Buena Muerte y es certero ese nombre porque los cristos de Sevilla mueren con dulzura y apenas sangran, su fuerza está en su propia presencia. Yo me senté a oír el silencio y la esperé a que rezara y meditara todo lo que necesitaba. Rezó al cristo para luego estar un largo rato con la virgen. Después vino al banco donde la esperaba y me dijo: “Ahora quiero estar un ratito aquí”. Y se quedó como mirando al vacío, mirándose dentro que es donde dicen creadores como Rilke que está la explicación de nuestros problemas.
Sentí sosiego cuando llegué demasiado pronto a una cita en la Macarena y para hacer tiempo accedí a su templo basílica. Ni me acuerdo de los años que han transcurrido desde que no lo hacía, tal vez décadas. De pequeño, mis padres me llevaban al mediodía a ver entrar a la virgen, me compraban un bastón de madera pintado de colores y yo tan contento. Recuerdo que siempre me impresionó el paso del misterio, enorme a mis ojos infantiles, sobrecogedor. En la basílica me llamó la atención un altar dedicado a la Hispanidad, he cruzado tantas veces el charco que no pude evitar que me atrajera. Visité la tumba de Queipo, sí, un hombre cuestionado pero que ahora únicamente es polvo y para mí sólo significa la parte más retrógrada de mi ciudad, pero me da igual donde lo entierren, tengo mucho trabajo intentando comprender la vida y mi vida como para detenerme en eso, además me sirve para mantener memoria histórica y recordar lo que no debe repetirse.
Ya con el virus este acechando, un paseo por el centro me llevó a la por ahora deteriorada casa natal de Luis Cernuda y luego al inmenso templo de El Salvador: dos extraordinarias obras de arte, un nazareno –Pasión-, y un crucificado –el Amor-, el maestro Martínez Montañez y su discípulo Juan de Mesa, a porfía. Las dos imágenes, junto al resto del tesoro de esa iglesia monumental, forman un museo donde se respira paz y cultura a la vez.
Cuando sales a la calle desde San Gregorio o desde El Salvador, las bullas vuelven, el ruido; sin embargo, los templos que visité estaban solos, las calles y las tiendas llenas, en los templos, silencio, ruido en las calles, eso es la vida, silencio y ruido, silencio como ahora con el virus que nos ha hurtado a la Semana Santa pero al menos yo ya me doy por contento con la mía, tampoco me agrada esa saturación de imágenes todo el año en Sevilla y el templo de la calle convertido en comercio, prefiero rezar sin rezar cara a cara con la divinidad imaginada y conmigo mismo. Es suficiente, necesario, imprescindible.