El inminente traslado de las imágenes de las hermandades de Santa Catalina permanece más o menos en el aire. Se hablaba de subirlas a sus pasos, dando un bombo inusitado a lo que se debería haber resuelto con mayor sencillez sin renunciar al debido recogimiento y la necesaria solemnidad. Ese recogimiento brilla por su ausencia cuando se quiere convertir cualquier acto, culto o evento cofrade en un espectáculo. ¿La ocasión lo merecía? Según se mire. Pero el caso es que la trivialización de la salida de un paso, el uso y abuso de cuadrillas y bandas está convirtiendo este hermoso mundillo en un monstruo que empieza a devorarse a sí mismo. La reapertura de Santa Catalina es un auténtico acontecimiento para toda la ciudad y su patrimonio, más allá del ámbito de las cofradías y hasta de la propia iglesia diocesana. No sabemos si el templo que se reabre se parecerá al que se cerró pero sí está claro que sólo encontrará su verdadero sentido con las imágenes y las hermandades que le den pulso. Lo demás es accesorio.
Y hablando de Santa Catalina podemos volver a hablar de San Lorenzo. La semana pasada lo hacíamos de la exposición que ha saludado el siglo y medio que lleva la corporación en su actual sede canónica. 150 años no es moco de pavo y sería una excusa más que potente para poner un paso en la calle. Afortunadamente no ha sido así. La hermandad del Sábado Santo ha preferido mirar hacia adentro y pronto celebrará un triduo extraordinario que recordará una efemérides que cambió su historia y la de toda la Semana Santa de Sevilla. Que le pregunten a Bermejo.