Sentirse poderoso en Navidad

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28 nov 2021 / 10:32 h - Actualizado: 28 nov 2021 / 10:35 h.
  • Sentirse poderoso en Navidad

Estamos a punto de concluir el año. Casi ha comenzado el periodo navideño. No es veinticuatro ni veinticinco de diciembre; pero con cinco semanas de antelación, las luces que iluminan nuestras calles nos están advirtiendo que la Navidad ya está forjando una buena parte de nuestras relaciones personales, laborales, económicas, políticas, religiosas, podemos decir que la sociedad se transforma.

Nuestras vidas se dejan deslizar por las cataratas destellantes que producen las luces que cambian de color o se apagan y se encienden como si fueran una parte más de nuestra existencia.

Hemos asumido que la navidad debe ayudarnos a dar un giro en nuestras vidas porque es un tiempo especial por cuanto es la antesala del año que comienza, y en nuestros corazones se fija un deseo que se desprende de nuestro cerebro. Queremos que el año nuevo sea un tiempo que nos posibilite tener un mayor nivel de confianza. Deseamos tener la certeza de que todo irá mejor. Confiamos en que la esperanza se adueñará de nuestras vidas. Precisamos sentir en nuestro ser que el día a día se convertirá en una melodía que nos haga disfrutar del cariño y del afecto; se trata de que nuestros corazones hallen la composición perfecta para que todos los instrumentos de la orquesta emitan el sonido que nos eleve al alto cielo, y desde ahí observar las cumbres, los valles, los ríos con sus meandros, los senderos, los acantilados, las playas, y ¿por qué no? poder trabar nuestras manos para trenzar un gran corazón que, con sus latidos, pueda lograr lo que todavía no hemos conseguido, la paz.

Si, en algo, nos deberíamos sentir poderosos, es en el poder dirigir una orquesta que emita una melodía de paz. Esta debería de ser la composición entretejida por nuestras manos. Manos que nos conducen a la vida y nunca al camino en donde el fulgor de las luces quedé mermado y apagado.

La Navidad se ha secularizado o está en un proceso de cambio radical, lo religioso va cediendo espacio a lo secular. La fe, con mayúsculas, va cediendo y queda arrinconada, si bien sigue estando presente toda vía hoy; pero por poco tiempo, ya que pasará a un rincón, casi insignificante, de nuestras vidas. La Fe hay que alimentarla y el alimento comienza a escasear.

La Navidad, todavía, sigue siendo un espacio vital para el encuentro, para los abrazos y para las buenas intenciones; pero hemos adelantado tanto y tanto la navidad que ésta va perdiendo el sentido que tenía ligado al ámbito religioso. El alimento de la Fe se va diluyendo y perdiendo.

La Iglesia ya no marca el rito de la navidad. Quién sí lo hace son los acontecimientos que la propia sociedad genera. Son acontecimientos que rompen con aquello que pensábamos que era lo único posible. Hoy, las luces infinitas que centellean por nuestras calles nos van marcando el devenir de nuestra identidad navideña ¡Estemos, otra vez atentos, a las consecuencias de la covid!

La Navidad ya no está controlada por una Iglesia que poco a poco va decreciendo. Sus mensajes se han perdido entre las luces adelantadas de la navidad. Los colores parpadeantes deslumbran a una Iglesia perdida y con un rumbo azotado por el temporal de una falta de Fe. La responsabilidad no está en la sociedad sino en el mismo epicentro de la Iglesia. Los fieles, que con más o menor confianza seguimos los ritos que la navidad religiosa, nos encontramos ante el dilema de elegir, y cada día nuestra elección se va alejando de una tradición marcada por unos hombres que van perdiendo el rumbo del amor y de la fraternidad.

El poder de la Navidad no está ni puede estarlo en personas que defraudan y, hasta mienten, aunque vayan adornados por unas vestimentas que poco responden al momento histórico en el que la Iglesia está presente.

La Navidad no está tampoco en quienes con empeño forjan una navidad ficticia, aunque las luces desprendan un parpadeo infinito que transforma nuestras calles y nuestros parques en ágoras de personas que pasan rápido; pero que entre ellas no existe ningún momento para comunicarse.

La Navidad tampoco se halla en quienes tienen el poder político y creen que, porque estén una serie de años ejerciéndolo, pueden hacer y deshacer a su antojo proponiendo modelos de sociedad que se alejan del amor fraterno familiar.

La Navidad no está, ni mucho menos, en la economía y ni siquiera en quienes hoy tienen el control de las redes sociales y, por tanto, de nuestras vidas.

El poder, el verdadero poder, encuentra su camino en las veredas de las altas cumbres de las montañas que van surcando un camino frondoso en donde podemos divisar, desde lo alto, un paisaje de personas de buen corazón: empresarios, religiosos, sacerdotes, políticos, carpinteros, cajeros, camareros, profesores, médicos, trabajadores sociales, enfermeros, abogados, jueces, ingenieros, arquitectos, psicólogos, sociólogos, transportistas, taxistas, policías, músicos, artistas, albañiles, carpinteros, conserjes, presentadores, etc.

Si anduviéramos por ese camino descubriríamos, en el valle de nuestras vidas, que la Navidad está afincada en nuestros corazones. Por esta razón sentirnos poderos en navidad es desandar el camino de soberbia, del engreimiento, del rencor, del desprecio, del odio y hasta de la división que determinados poderes no hacen más que sembrar en nuestros corazones.

El poder de la navidad está escondido en los recovecos que nuestro corazón tiene, haciendo que éste, que en cada pálpito que de pueda emitir, haga fluir por los surcos de nuestras venas la energía necesaria que riegue a nuestro cerebro del suficiente sentido común para lograr que la Navidad nadie nos la pueda arrebatar. Tenemos que hacer que la Navidad fluya del escondrijo de donde está secuestrada.

Cada día somos más las personas que queremos una Navidad alejada de los poderes eclesiales y seculares. Deseamos una navidad que fluya en nosotros, referenciada por todas personas de bien y de paz, y que podemos avistar desde las cimas de las cordilleras. Contamos con una infinidad de hombres y de mujeres de buen corazón, que son sencillos y humildes de corazón, que no buscan el mal y sí quieren el bien. Apuntémonos a este grupo social, esté será el mejor regalo que nos podremos hacer en esta Navidad.

Nuestro corazón no es manipulable y hace que nuestro cerebro esté atento a quienes se empeñan en controlarlo.

Sabemos que nuestro poder, el único poder posible, está en nuestro corazón y en nuestro cerebro, aprovechémoslo para que esta navidad sea Navidad.