Ser turista

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31 may 2022 / 07:04 h - Actualizado: 31 may 2022 / 07:10 h.
"Opinión"
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He de reconocer que cuando soy turista siento cierto pudor porque mi actividad consiste en meterme en la vida diaria de humanos de otro lugar del mundo. «Mira lo que come esta gente», «Mira cómo come esta gente (con las manos, por ejemplo)», «Ah, fíjate cómo las mujeres caminan detrás del marido», «Aquí los escolares llevan corbata»... Me siento como un zoólogo que visita una manada de monos para sorprenderse con sus curiosas actividades. Y, como he dicho, no puedo dejar de sentir pudor de meterme en sus vidas.

Igual me pasa cuando paseo por Sevilla y soporto cómo individuos en pantalón corto y camiseta me miran de arriba a abajo analizándome y pensando: «Este no lleva sombrero de ala corta y chaquetilla y botos, parece hasta un hombre normal».

A veces, cuando veo a un grupo de alemanes en un semáforo peatonal, parados bajo el sol, esperando a que su muñequito en rojo se ponga en verde (por más que no venga ningún coche en 1 km a la redonda) yo siempre me lanzo a cruzar en rojo para seguir manteniendo la idiosincrasia andaluza de ser un poquito más libres que los alemanes, ya que sé que para sus esquemas mentales nosotros, los del sur, somos un poco ácratas y gitanos. Me gusta pensar que se llevan a Alemania el análisis de que en Andalucía la gente sigue siendo irrespetuosa con las leyes. Sí, querido, creo que la norma debe estar al servicio de los hombres y no los hombres al servicio de las normas, hay algo de ácrata en todo andaluz antiguo. Algo así ocurre en los grandes teatros de la ciudad, cuando al terminar de escuchar, por ejemplo, a una orquesta y coro holandés cantar la «Misa en si menor» de Johann Sebastian Bach nos ponemos a aplaudir a ritmo de sevillana, como diciendo: «Pero no os olvidéis que estáis en las famosas tierras del exotismo andaluz y gitano del que tanto se hablara en la Europa del siglo XIX. Creo que nos da miedo no seguir pareciendo ‘excepcionales’».

Pero, claro, cuando veo a las hordas de turistas en mi ciudad que vienen a ver Andalucía y a sus ciudadanos árabes convertidos en católicos hace cinco siglos, me queda la satisfacción de pensar que, por lo menos, nos vamos a vengar dándole paella que sabe a plástico...

En algunas ciudades ya cobran una tasa turística y yo siempre pienso que los autóctonos deberíamos cobrar como parte de la escenografía, porque al final parece que somos eso: extras de un gran parte de atracciones, pero, eso sí, siempre que sigamos saltándonos los semáforos y aplaudiendo en ritmo ternario para demostrar que somos esa especie exótica del sur de Europa.