Pasa la vida

Serrano no representa ni a Vox

Siete meses después de las autonómicas, ya van a ser pocos los que desconozcan las obsesiones de quien presuntamente lidera el grupo parlamentario al que votaron

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
24 jun 2019 / 08:26 h - Actualizado: 24 jun 2019 / 10:27 h.
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  • Francisco Serrano (d) y el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith. / EFE - Julio Muñoz
    Francisco Serrano (d) y el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith. / EFE - Julio Muñoz

De los 395.978 andaluces que el 2 de diciembre de 2018 decidieron coger la papeleta de Vox para votar en las elecciones autonómicas, la inmensa mayoría no sabía qué era Vox como partido político y mucho menos quién era la persona a la cabeza de la candidatura regional. En buena medida fueron votos de cabreo, votos mucho más 'en contra de' que 'a favor de'. En un contexto de desprestigio del PP por la corrupción, por el retroceso del Estado en Cataluña y por cómo cedió el poder nacional en la moción de censura; de desprestigio del PSOE en la gobernanza andaluza convertida en rutina y en la falta de respaldo a la mayoría de la sociedad catalana; de desprestigio de Ciudadanos y Podemos por no cumplir las expectativas que suscitaron para regenerar y relanzar España. Siete meses después, ya van a ser pocos los que desconozcan las obsesiones de quien presuntamente lidera el grupo parlamentario al que votaron. Francisco Serrano. Al que los dirigentes de Vox sacarán pronto del escaparate político porque les distorsiona incluso a ellos.

El desahogo perpetrado por Francisco Serrano en las redes sociales (y que eliminó al día siguiente) para criticar la decisión del Tribunal Supremo de aumentar la condena al quinteto La Manada, mezclando sin pies ni cabeza todas las zonas de sombra en las relaciones sexuales, y sin incluir en esa coctelera la más mínima alusión a la evidente magnitud social de la violencia hacia las mujeres, además de corroborar que en el Parlamento andaluz solo se representa a sí mismo, va a acelerar que en Vox le busquen una salida a funciones de anonimato porque ya no les vale ni como figura decorativa para polemizar. Hace un año, cuando eran solo una escisión del PP, apenas tenían votos y simpatizantes, y dudaban si presentarse o no a las elecciones andaluzas por falta de estructura, se arrimaba una persona como Francisco Serrano, con notoriedad mediática por esgrimir en tertulias nacionales sus agravios contra el poder socialista andaluz, y les parecía un fichaje. Un ariete contra el régimen. Pero el resultado electoral fue tan sorprendente, y más aún era inimaginable para ellos que la aritmética parlamentaria les diera capacidad de influencia en la investidura, que pronto se dieron cuenta de que para defender sus intereses, y sus insospechados escaños, sueldos y estatus, no les valía tener a Serrano como imagen de marca. Ni de líder, ni de portavoz, ni de interlocutor. Y lo han orillado en todas las negociaciones de pactos primero con el PP y después con el Gobierno PP-Ciudadanos.

Este enésimo episodio del esperpento político nacional, donde tantas personas son aupadas a puestos de responsabilidad para los que no sirven, tiene su origen en el culebrón que le convirtió en juez juzgado. La falta de acuerdo entre dos padres separados, con un procedimiento de por medio en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer, para que un hijo, menor de edad, saliera o no como paje en la procesión del Silencio durante la Semana Santa de Sevilla en 2010. Porque en el reparto de fechas durante esa semana para tener al niño, Jueves y Viernes Santo tenía que estar con la madre, quien no quería la participación de su hijo, alentado a participar desde la rama paterna de la familia. El abuelo paterno fue días antes a hablar con el juez de Familia Francisco Serrano, le llevó al niño, y Serrano, sin hablar con la madre, firmó un auto concediendo que el menor estuviera dos días bajo la tutela del abuelo y así éste lograba que su nieto participara en la Madrugá. La madre le puso al juez Serrano una querella por prevaricación y cohecho, y la ganó, y Serrano, por su metedura de pata, fue inhabilitado durante dos años por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía al arrogarse competencias que no le correspondían.

Por muy nimio que era el germen del asunto, en comparación con tantos casos de tremenda y fatídica gravedad que pasan rápidamente al olvido, la bola no paró de crecer durante seis años, bien adobada desde algunos medios de comunicación, el Tribunal Supremo aumentó a diez años la sentencia de inhabilitación, y después el Tribunal Constitucional desautorizó al Supremo y volvió a fijar en dos años el periodo de sanción a Serrano. Quien ya para entonces rezumaba rencor al sentirse víctima de las feministas más influyentes, y empezó a cogerle gusto a hacer declaraciones donde, para vengarse, confundía debatir sobre el sesgo de algunas normas y políticas sobre violencia machista, con ignorar la realidad que perjudica al conjunto de las mujeres.

En Vox hay profesores universitarios católicamente integristas, profesionales políticamente ultramontanos y simpatizantes de hiperliderazgos que devoran la democracia. Pero no quieren que a sus hijas no las crean si un sábado noche las drogan con burundanga y las violan.