Sevilla y ‘Los reflejos de Murillo’

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20 ene 2018 / 20:51 h - Actualizado: 20 ene 2018 / 20:47 h.
"La trastienda hispalense"

Cuando todavía huele a Navidad, enero alfombra la ciudad de igualás y ensayos de costaleros, novenas, quinarios y solemnes triduos, como el que San Benito festeja, en mi barrio de la Calzada, en honor de la Virgen de la Encarnación.

Y entre aromas de incienso, Bartolomé Esteban Murillo se pasea por una Sevilla, que lo exalta en el patio del Consistorio, rodeado de 18 artistas que honran el IV centenario de su nacimiento con un pericón de 18 varillas de pálpitos y pulsos diferentes, 18 sueños exclusivos de emociones y delirios? Nadie sabe, por mucho que imagine, lo que siente cada artista desde el eureka inicial hasta el culmen de su obra, nadie conoce el soniquete de las danzas de sus musas, nadie puede medir sus latidos y sus reflexiones durante el largo camino de frenesí hasta el Olimpo de la Satisfacción.

La Sevilla Mariana en manos de la magia realista de Paco Borrás, Murillo pintando a la Madre de Dios, a la que Luis Rizo actualiza en guapa morena del Arenal, manto baratillero sobre fátima blanca de monumento inmaculado de triunfo; a la que Irene Dorado saca de una servilleta capuchina para esculpirla en terracota, entrañable composición maternal, cual la hermosa obra del pontanés Javier Aguilar, la Virgen con Jesús en su regazo, a la que Pepillo Gutiérrez Aragón, la borda retratando su cara en grafito sobre papel, vuelo celestial en los ojos de María; Juan Miguel Martín Mena la trae del Escorial para, con bolígrafo, cubrirla con manto concepcionista de Capilla del Museo y corona macarena; Elena Montero le ofrece su Azul Purísima de seises catedralicios en 8 de diciembre, bello y hermoso lienzo hispalense; y Méndez Lastrucci, el bueno de Jesús, la modela sobre un relieve de sueños inmaculados, retablo de colores infinitos en un solo color, el color de la imaginación.

Las Santas Alfareras de José Manuel Peña, vestidas de acuarela, custodian una Giralda que no conocieron pero que desde el campanario del cuadro de Miguel Caiceo, luz de vanguardia, ve a dos Magdalenas, la de Raúl Rodríguez, Carmona en el alma, peinándose en una tablet que ilumina su guapura, y la de José Tomás Pérez Indiano, envuelta en una magnífica obra, por las palabras de Cristo, Noli me Tangere, Sevilla del XVII al fondo, universalidad pictórica de pícaros, como los que islamiza Cesar Ramírez con pinceles de esperanza, amor y vida; como el que José Cerezal arropa con luciérnagas multicolores; y como el Niño Mendigo que la gran Nuria Barrera espulga con maestría en el derribo de un arrabal de miseria y pobreza. Año Murillo. San Fernando lo preside desde el excelso lienzo de Clemente Rivas; Javier Jiménez Sánchez-Dalp recuerda al insigne pintor, con su espléndida Boligrafía del Autorretrato; Fernando Vaquero lo sublimiza con El Expolio, grandiosa obra dedicada al despojo que el Mariscal Soult hizo en la Iglesia de la Caridad con las obras de Murillo.

Una historia que el propio Fernando os puede contar a todos, si vais a disfrutar del esplendor de Los Reflejos de Murillo. ¡No se lo pierdan!