El anuncio de la Cruzcampo ha resucitado a una Lola Flores con los ojos muertos que, con un acento forzado, nos recuerda sin querer nuestros complejos. Eso sí, el anuncio es la leche y ya nadie habla de otra cosa, luego está cumpliendo su objetivo: que se beba mucha cerveza Cruzcampo, algo que, por otra parte, llevamos haciendo toda la vida. Como dijera un día el maestro Fosforito, el cantaor de Puente Genil, “es la única cruz que se lleva con agrado”. Aunque parezca mentira, todavía hay quienes creen que los andaluces hablamos mal y que nos emulamos a nosotros mismos para hacer gracia. Tenemos aún esa cosa de los flamencos, de entretener al señorito. Pero lo cierto es que donde hablamos, sea en España o fuera de nuestro país, siempre hay quienes vuelven la cara con media sonrisa cuando decimos: “Echa una rubia con el culo frío”, o sea, una Cruzcampo, o, como dicen en Arahal, mi pueblo, “Echa una ervejita y dale una patá al olivo”. Muy normal todo. Pero una empresa cervecera hace un anuncio y se lía la guita, que es una marca de manzanilla de Sanlúcar. A lo mejor hay un efecto contagio empresarial y alguien resucita a Manolo Caracol para promocionar el maravilloso caldo sanluqueño. Cualquier cosa en la que esté Lola Flores es un éxito y, como el Cid Campeador, sigue ganando batallas después de enterrada. Ella era una maestra del acento calé, sin serlo, porque La Faraona no era gitana. “Un cuartillo”, dijo alguna vez, lo que llamamos un “cuarterón”, o sea, que algún antepasado suyo vendía cal, seguro, y eso en Jerez es algo muy habitual. Lola se sentía tan gitana que hablaba como ellos, cantaba como ellos, bailaba como ellos y se enamoraba como ellos, de una manera pasional y sin miedo a nada. Durante muchos años vendió como nadie el arte de España por el mundo y hoy vende botellines de Cruzcampo, después de muerta. Con un ángel único, ciertamente. Solo la vi una vez sobre un escenario, el del Lope de Vega de Sevilla, y me moriré recordando aquella noche. Era un homenaje al cantaor y bailaor El Bollito, y cuando salió Lola al proscenio, con traje de chaqueta ajustado y el pelo recogido en un moño a la palma, dio las buenas noches y no necesitó decir nada más para ser lo mejor de la noche. En esta España de hoy tan bronquista y deshumanizada, el recuerdo de Lola Flores es un consuelo. Y si es anunciando una Cruzcampo fresquita, el caldo de nuestras vidas, después de muerta, la cosa es ya de duende y tárab.