Siempre quise ser como mi padre

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
11 nov 2020 / 07:43 h - Actualizado: 11 nov 2020 / 07:49 h.
"La Tostá"
  • Siempre quise ser como mi padre

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La repugnante campaña de Córdoba contra los padres, que fue retirada pronto, aunque ha hecho su efecto –por desgracia, así ha sido–, me indignó tanto que me puse a ver documentos y fotografías de mi padre, que murió cuando yo tenía solo 2 años. A pesar de no recordar nada de él, como es lógico, siempre quise parecerme en lo posible a su manera de ser. Era un jornalero del campo, de Arahal, que con 7 años ya cuidaba de una piara de cochinos. Por tanto, era porquero. Tengo fotos de él en las que con 26 años parecía que tenía el doble: con entradas, quemado por el sol y delgado de no comer mucho. Le costó enamorar a mi madre, pero lo hizo y se casaron en la Parroquia de la Magdalena en 1955. Tres años más tarde vine al mundo en la calle Óleo, en una habitación de alquiler. “¿Otro niño?”, le preguntó mi padre a la matrona un tanto decepcionado, porque ya tenían a mi hermano el mayor y buscaban la niña. Empecé pronto a darles disgustos a mis padres. Recuerdo el día que mi madre abrió una lata de carne membrillo, que tenía atada con una gomilla, para enseñarme fotos y documentos de mi padre, José Bohórquez Ponce. En la mayoría estaba vestido de soldado, de cuando hizo la mili en Canarias, y me impactaron. Me entristeció que mi madre me dijera que no me parecía a él, sino a ella. Pero un día fui a Arahal y hablando con uno de sus grandes amigos, el Chico Miriñaque, me dijo que andaba como él, con los pies abiertos. Lloré de la emoción y a partir de ese día iba andando por las calles y me miraba los pies, como si me mirara los ojos en el espejo. Eran los pies de mi padre, de Pepe el Sereno, que así lo llamaban en el pueblo. Con los años he descubierto que me parezco a él en más cosas, en la afición al cante, en la rebeldía y en la firmeza en las creencias. Mi padre era un contestatario, un jornalero orgulloso de su clase social. Pero con 33 años, se lo llevó una leucemia y llevo seis décadas, que se dice pronto, intentando cada día honrar su memoria de buen marido y mejor padre. Lo de andar con los pies demasiado abiertos lo podría haber corregido con un calzado especial, pero nunca he querido porque él andaba así también y sería como renunciar a su genética. Me hubiera gustado heredar un cortijo, sus herramientas del campo o la bicicleta que mi madre le regaló al enterrador para que le hiciera un nicho digno, pero heredé algunos rasgos físicos y la afición por el cante de Manuel Vallejo y Valderrama. Me voy a morir queriendo a mi padre e intentando cada día parecerme a él, que es una manera de mantenerlo vivo. Y voy a maldecir con todas mis fuerzas a quienes, como los creadores de tan miserable campaña cordobesa, pretendan decirle a un niño que intente no ser como su padre. Los niños sabrán si tienen que ser o no como sus padres cuando crezcan y tengan criterio propio. Manipular a un niño es querer influir en una mente que será la base de la sociedad del futuro. Seguramente es lo que buscaban los enfermos que diseñaron la campaña de marras.