Sevilla podría ser la mejor ciudad de España si tuviese unos gobernantes a la altura que quisiesen trabajar por y para ella.
El Ayuntamiento está dormido en una siesta infinita. El alcalde está en otros menesteres regionales más importantes para él que esta ciudad, por más que se empeñe en decir lo contrario.
Dentro del Consistorio se libra una guerra de poder para ver quién será el alcalde sustituto de Juan Espadas, mientras la ciudad va marchitando poco a poco sin que nadie, tampoco la oposición, trate de solucionarlo.
La ciudad bien sabe cuáles son sus problemas: la seguridad en la zona de la Macarena, los gorrillas de Bami, Sevilla Este y el tanatorio; las botellonas de Heliópolis y los ruidos del Puerto, la suciedad constante en todas las calles de la ciudad, los problemas del tráfico por reordenaciones dignas de alguien que se pone a jugar con una alfombra y los coches de juguete.
Ahora nos enteramos que la obra de ampliación del Puente del Centenario se va a ver paralizada por el precio del acero. Anda que eso iba a pasar en el País Vasco, Barajas o en el Prat.
Lo más gracioso es que nadie alza la voz. Tampoco el tejido industrial o empresarial de la ciudad. Han luchado más los cofrades para que vuelva el culto externo que los gobernantes por mejorar las infraestructuras y eso sí que es una penitencia.