Pasa la vida

Simone Biles también vence cuando renuncia al oro

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
28 jul 2021 / 08:08 h - Actualizado: 28 jul 2021 / 08:11 h.
"Pasa la vida","Juegos Olímpicos","Pandemia"
  • Simone Biles en Tokio. / EFE
    Simone Biles en Tokio. / EFE

La hazaña más positiva para el deporte mundial en los primeros días de los Juegos Olímpicos de Tokio ha consistido en renunciar a participar en una final y a cambio propagar que está desquiciado el nivel de ansiedad que han de soportar los llamados a ser no solo estelares sino además ídolos que sostengan todo el entramado. Simone Biles también vence cuando renuncia a competir por el oro. Podía haberse limitado a tener una actuación deficiente para lo que se espera de una excepcional gimnasta y campeona, y justificarse ante los micrófonos tras subir al podio junto a sus compañeras de selección con una medalla más al cuello aunque fuera de plata o de bronce, aunque no tuviera la pompa del himno nacional como hilo musical en los televisores. Biles ha preferido utilizar su carisma para provocar una crisis que en el futuro le agradecerán infinidad de personas de los cinco continentes: poner en cuestión un sistema de producción de éxitos y de satisfacción de expectativas que desdeña el cuidado de la salud mental de los deportistas. Hasta el punto de dejar de disfrutar en el esfuerzo, que es un factor básico en el beneficio que genera hacer deporte.

De estatura figura 142 centímetros, pero su talla humana es ciclópea y su altura de miras le hace sombra a cualquier rascacielos. De peso da en la báscula 47 kilos, aunque en realidad su peso específico es inconmensurable dentro y fuera del deporte profesional. La gimnasta norteamericana Simone Biles es una rebelde con causa. Ha logrado ser la mejor de las mejores en una modalidad deportiva de máxima exigencia y de rancia jerarquización. Cinco veces campeona del mundo, y cuatro medallas de oro en los Juegos de Río de Janeiro 2016. Pese a padecer múltiples traumas: ser de raza negra en un deporte racialmente muy de campus blanco; no conocer a su padre biológico; ser rescatada por su abuelo, que la adoptó legalmente, porque su madre era incapaz de criarla al estar dominada por la adicción a las drogas; y sufrir en su adolescencia abusos sexuales en el pabellón de entrenamientos por parte del médico de la selección nacional de gimnasia, que acosaba, humillaba y aterrorizaba una por una a todas las chicas del equipo. Biles es un símbolo de superación que, además, se ha atrevido a poner en cuestión la escasísima capacidad de influencia que tienen las gimnastas en el funcionamiento de su propio deporte. Confinadas a ser títeres del culto a la gloria nacional en la competencia geopolítica. Confinadas a ser súbditas de la necesidad que tiene el circo mediático de fabricar estrellas sobre las que poner el foco para hacer caja con el triunfo, con el patriotismo, con el entretenimiento de sofá, con los anunciantes. Y, para más inri, confinadas a ser rehenes de pederastas.

Es muy probable que Simone Biles reaparezca en los Juegos de Tokio para participar en todas o en alguna de las finales individuales por aparatos. Porque lleva como tatuaje la frase 'And still I rise' ('Y aun así, me levanto'), de un poema de la escritora, cantante y activista negra norteamericana Maya Angelou, que concluye así: “Soy un océano negro, amplio e inquieto. Soy el sueño y la esperanza del esclavo. Me levanto. Me levanto. Me levanto”. La ausencia de público en el pabellón, por la prevención de la pandemia covid, impedirá que reciba la atronadora ovación que merece como persona. Porque ya ha tatuado la próxima Olimpiada con este mensaje: “Tengo que concentrarme en mi salud mental. Simplemente, creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”.