Sobre dioses (Richard Gere y Djokovic) y tumbas

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02 ene 2022 / 08:56 h - Actualizado: 02 ene 2022 / 09:00 h.
  • El dalái lama, líder espiritual de los tibetanos (i), y el actor estadounidense Richard Gere (d) se saludan. EFE/Mario Guzmán
    El dalái lama, líder espiritual de los tibetanos (i), y el actor estadounidense Richard Gere (d) se saludan. EFE/Mario Guzmán

Hoy quiero empezar el año 2.022, contando pequeñas heroicidades.

Me referiré, por ejemplo, a Richard Gere, quien por defender la causa del Tibet ha sido excluido de cualquier mega producción de Hollywood, por la presión del mercado chino.

Recuerda aquella historia de Pu Yi, que fuera Emperador de Japón a la edad de dos años y que, tras ser prisionero de rusos y japoneses, acabó sus días como simple Jardinero...

Y también a Djokovic, quien se niega a exhibir la privacidad de su vacunación, y por ello quizás sea expulsado de Melbourne, donde se disputa el Open de Australia. La prensa deportiva española a sueldo, no cesa en vituperarlo. Me sugiere si el valor de la victoria sin rival es proeza menor, pero también si nuestro Dios de bolas amarillas, está o no inoculado, pero no quiero desviarme, que me he descalzado en el umbral del nuevo año.

Hoy quiero volver a evocar a los que se han ido a lo largo de estas dos últimas eternidades. Porque la sociedad actual no debate sobre las cuestiones esenciales.

Si hay colas en los Hospitales, es que no hay contrataciones suficientes; ni profesionales adecuadamente retribuidos. Nos hemos dejado robar la Sanidad Pública y las hemos cambiado por las tabernas, que, hasta en eso, nos ha engañado Ayuso. Dónde ha quedado la memoria de la marea verde y sus razones que se han convertido en inconsolables certezas...

No es de recibo el desconsuelo de los que mueren solos en las impersonales camillas de las salas de observación, que no son más que cuerpos ateridos depositados en el primer pasillo disponible. No puede admitirse que hayamos llegado a un sistema donde no se permite decir adiós a los agónicos, privados de dignidad y sin abrazo o pulso que quiero creer les permitiera la paz eterna.

Pero quiero rememorar también a los vivos, más bien supervivientes. Los que deben continuar, mal que les pese, con el recuerdo del abrazo que no pudieron dar. Mientras el padre de Marta del Castillo, clama por que se encuentre a su hija, y hasta compensaría por ello a Carcaño, nuestras entrañas se extravían entre el pasillo y el féretro.

Creo que esta sociedad debería repensar la muerte y en lugar de viajar a través de un telescopio para percibir cómo era el universo hace millones de años, meditar sobre el dolor que queda, porque no parece que el «descanse en paz» sea otra cosa más que extravíos de vértigo y fatiga.

Me bastaría con entonar «pena, penita, pena», pero prefiero asirme a los versos de Reyes Uve, cuya razón de vivir nos ha dejado en Nochebuena ...»te noquearé sin piedad, como un buen amo.»

...Pu Yi, último Emperador de Japón, no dejó de llorar durante su designación como sucesor al trono, y no cesó -desconsolado- hasta que lo acogió el regazo de una nodriza. Y así entró en la Ciudad prohibida, en brazos de su aya.

Y es que ciertamente alguien, alguna vez, algún día, tendrá que contar que todo esto sucedió cuando los muertos sonreían alegres por haber hallado al fin su reposo.