Tribuna

Sobre Stampa, Bartomeu y otros muertos civiles

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02 nov 2020 / 09:55 h - Actualizado: 02 nov 2020 / 12:00 h.
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  • EFE
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Serían las veintidós horas del día de ayer, cuando unos tímidos golpes despertaron el sopor del silencio que precede al toque de queda.

Ya hace tiempo que me trasladé a una ciudad sin nombre, donde nadie suele reparar en la puerta verde que separa lo exterior de mi interior. Como todas, está vestida de un tono uniforme, exacto a las demás, si no fuera por el prolongado desgaste del sol tímido que la distingue y que desgasta su quicio.

Asi que, decidí –un tanto cohibido- abrirla, encontrándome con seis o siete niños vestidos con varios motivos lúgubres y que reían y saltaban, en abierto contraste con la solemnidad de la inmensa luna llena como atrezzo.

Nos hemos acostumbrado a la muerte, en tal medida que acabaremos celebrándola como liberación de esta nuestra existencia, en la que la única esperanza ya no son los abrazos proscritos, sino la vacuna imposible (salvo para Trump) que lucrará a la industria farmaceútica.

Y es que ya hemos interiorizado que no tendremos Navidad, ni Semana Santa, ni Feria, y hasta intuímos Reyes Magos con mascarillas y distancia social, que para eso el linaje entre realeza y vulgo.

En estos días, asistimos a varios decesos, como el del Fiscal Stampa, quien en su último acto, no tuvo otra ocurrencia que despedirse, registrando la celda de extrema seguridad donde mora Villarejo, para detener a continuación a su exclusiva compañera del vis a vis; o la del Presidente del Barcelona, Bartomeu, aniquilado por la falsaria estrella deportiva de turno.

Hemos empezado a descubrir que hay que ser taimados, serviles y hasta asentir cuando los nativos nos confirman que Pedro Sánchez es el más aprovechado de todos los Presidentes que han pasado por Doñana; y a la que acude secretamente día sí, noche también, fumigando los mosquitos hacia la urbe, para regocijo del lobby de fabricantes de repelentes.

Nos hemos convertido en una suerte de mezcolanza entre los que no desean olvidar y los que no queremos recordar. La elección es así de simple. No en vano, los beneficios bursátiles recaen en las plataformas televisivas de pago, cuyas series ya triunfaban hace veinte años en Nueva York. Es la cuota mensual por pulsar el botón rojo de la desmemoria...

Recorro imaginariamente la cúpula de los siete cielos, el lugar más sagrado de la Alhambra, donde yace escrito “no hay más vencedor que Dios”.

Es el único templo árabe donde la deidad yace inscrita en el suelo.

Así que me postro, con suerte el único desdén ante el virus y los desastres naturales que vendrán. Unámonos, en fin, -no se me ocurre otra- a esos niños que esgrimen ante la desolación calabazas sonrientes, porque la historia nos recordará como la generación que sonralegre por haber hallado, al fin, reposo.