Los medios y los días

Somos muy felices, qué guay

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04 may 2022 / 05:12 h - Actualizado: 03 may 2022 / 14:15 h.
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  • Somos muy felices, qué guay

Han subido todos los precios, sigue subiendo la luz, el paro también ha subido en España, nuestros jóvenes o no hallan trabajo o los que tienen no les dan ni para pagar un alquiler después de horarios esclavistas de trabajo, los autónomos siguen asfixiados, hace poco el PP casi se hunde y aún no sabe qué hacer con Vox, ahora el gobierno hace aguas y hasta se expía a sí mismo y convoca una rueda de prensa de opereta para anunciarlo (son las cloacas del poder, sin duda, pero ¿quién es el poder en España?). Bueno, pues, a pesar de todo, somos felices según me cuentan algunos medios por supuesto cercanos al gobierno.

Claro que los medios que afirman que somos felices no dicen toda la verdad. Se quedan, en sus titulares, en la primera parte del asunto. Desde la COPE, Sefi García me cuenta otra cosa: “En España hay más personas felices que infelices y hay más población feliz ahora que antes de la pandemia: el 55% declara sentirse feliz frente al 46% en 2019 pero según un estudio de Ipsos en nuestro país hay más infelicidad que en otros de nuestro entorno. De hecho, somos el segundo país europeo más infeliz, solo por encima de Hungría”.

Nunca sabré que es eso de ser feliz o infeliz, yo creo que a este mundo no hemos venido a ser felices sino, sobre todo, a sobrevivir y, dentro de ese estado, pueden llegar momentos de lo que llaman felicidad. Pero eso son cosas mías. De forma similar a Nietzsche, opino que, al estar todo al revés, el resultado final es un mundo que hay que poner al derecho y como eso no es posible porque el superhombre por ahora no existe, estamos como estamos. Lo que bautizan con el nombre de felicidad está dentro de cada uno y una sociedad que siempre está mirando para fuera no puede ser feliz. Sí, puede engañarse a sí misma con rituales y estados de supuesta armonía, pero eso ya no es felicidad sino autosugestión.

No recuerdo en cuál de sus películas, Woody Allen afirmaba que no podría ser feliz mientras hubiera una sola persona en el mundo pasando hambre. Pero eso son cosas de Allen, nosotros tenemos a todas esas instituciones solidarias a las que les damos un euro o les hacemos una llamada telefónica y siguen mitigando el hambre en el mundo desde siempre, con lo cual sabe Dios cuándo servirán el postre. De tanto tardar y no preguntarse cómo es posible que no termine nunca esa comida para prójimos necesitados, sospecho que ya de solidaridad menos y de solidaridad, pero con ellos mismos, mucho más.

Ser feliz es abrir los brazos en plena naturaleza y respirar su aire, al menos ése es el logotipo que veo por aquí y por allá. Si se trata sólo de eso, ahora mismo me voy al naranjal que tengo al lado y me pego una pechá de viento, brazos incluidos. También escuchaba de pequeño por la radio: “la felicidad está en los pies, use Bálsamo Oriental”, y qué verdad es esta máxima filosófica sobre todo ahora al regreso de un trote por la Feria cuando al llegar a casa se produce lo que el viñetista y periodista José Antonio Garmendia llamaba “el derrumbe”. Téngase en cuenta que cuando se siente frío ya puede abrigarse uno todo lo que anhele que si los pies no están a gusto de poco sirven las mantas, de ahí el éxito de las camillas y los braseros, aunque a veces lo incendien todo, pero vale la pena esa posible infelicidad con tal de gozar de la felicidad que proporcionan.

¿Y en Hungría qué pasará? Yo creo que Hungría desde que se murió el exentrenador del Betis, Ferenc Szusza, y, sobre todo, desde que se hizo amiga de la ultraderecha y de Putin, no es feliz. Allí no hay quién abra los brazos en pleno campo y respire a fondo el oxígeno. Van a tener que ir nuestros aviones, los que tenemos por allí cerca, de la OTAN, a arrojarles bombas con gases de la risa como ésas que provocan tanta felicidad en los sevillanos que imitan la felicidad en la Feria. De eso hablaré cuando sea feliz.