La vida del revés

Somos unos provincianos

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31 may 2020 / 12:35 h - Actualizado: 31 may 2020 / 12:39 h.
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No hace falta ser rico para ser de derechas. Ni tampoco hace falta ser pobre para ser de izquierdas. Ser una cosa u otra, depende más de las prioridades que cada persona otorgue a esto o aquello. Vamos a decirlo ya y claro: las ideologías en España no existen en este momento. Los más listos echan mano de una coherencia que les permite manejarse bien. Los que no son tan afortunados con el cociente intelectual o la astucia se lanzan a la batalla campal diaria contra nadie sabe bien qué.

Por ejemplo, un hombre, que no tiene trabajo y sale adelante a duras penas, decide votar a Vox porque lo que le importa es una unidad de España que defiende Abascal de forma torticera y casi estúpida. Pero se trata de la unidad de España y eso está por encima de cualquier cosa de este mundo. Muy bien.

Por ejemplo, una mujer con un par de pisos en propiedad, un par de coches también en propiedad, un plan de pensiones bien nutrido y un sueldo importante, decide apoyar el Ingreso Mínimo Vital al mismo tiempo que empadrona a sus hijos en su segunda vivienda pensando que así podrán cobrar el subsidio puesto que no trabajan y son mayores de edad. Y se declara, ella, pobre para que todo cuadre. Para rematar la faena vota a Unidas Podemos. Muy bien.

En fin, las posibilidades son inimaginables; las dos que he apuntado son tan ciertas como que yo estoy escribiendo estas líneas. Y lo peor es que parece que los españoles estamos abonados a juzgar a los que tú crees que son ‘los otros’; a juzgarles sin pudor. Si piensas así es porque te han comido la cabeza, es porque lees panfletos, es porque eres medio tonto. Por supuesto, los políticos lo saben y juegan a eso, a la división, a conseguir votos.

Todo tiene una cara estúpida en esta España dividida en dos eternamente.

Me admira, también, escuchar a los que dicen que los fachas se han apropiado de la bandera de España y se manifiestan, al mismo tiempo, con la bandera republicana haciendo de capa. No se puede ser más incoherente. Y así casi todo.

Estoy harto de políticos que sonríen con maldad después de intentar hacer daño. Lo de Pablo Iglesias es para echarse a temblar. El espectáculo de hace unos días diciendo a Espinosa de los Monteros lo que le vino en gana, es deleznable. Y lo de Patxi López secundando un acto de macarra de tercera es inaceptable. Tanto como ver embestir a Cayetana Álvarez de Toledo contra un sujeto que, guste más o menos, es vicepresidente del Gobierno. Entre ellos cierran el círculo de la inmundicia parlamentaria en la que viven instalados.

Pero lo peor no es que unos niñatos descerebrados estén jugando a las casitas con el futuro de España. No, lo peor es que los españoles seguimos señalando desde los balcones a los que creemos culpables de algo cuando, en realidad, no sabemos ni a quién señalamos con el dedo acusador; lo peor es que los españoles nos hemos metido en las trincheras para defender lo que creemos que es justo sin saber qué es lo que defienden otros (nos lo imaginamos y muchas veces no atinamos ni un poquito); lo peor es que miramos por encima del hombro a los que no piensan como nosotros dando por hecho que son medio imbéciles y sin fijarnos en que al que miramos, tal vez, lleva años intentando tener un criterio sólido a base de leer de investigar y de informarse en diversos medios.

Somos unos provincianos. Y lo que pasa no nos puede llevar hasta ningún lugar bueno.

Ah, y cuidado con esas afirmaciones que están tan de moda ahora. No son todos iguales, gritan algunos con espuma en la boca. Y, efectivamente, no son todos iguales. Afortunadamente. Que alguien se lo diga de mi parte, por favor. Son políticos. Para ser exacto, pésimos políticos sin ideas en la cabeza.