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‘Supervivientes’, la ‘docuserie’ y la vergüenza del mercadeo de amores y de odios

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24 jul 2021 / 17:29 h - Actualizado: 24 jul 2021 / 20:04 h.
"Opinión","Televisión"
  • Fotografía: Telecinco
    Fotografía: Telecinco

Desde hace meses, estamos viviendo una de las vergüenzas más intensas e indignas de la historia de la televisión en España.

Por un lado, una mujer que dice haber sido maltratada (si es así debería acudir a la Justicia ordinaria y dejar resuelto en los tribunales algo de tanta gravedad y no a un plató ganando un dineral) se lanza a la piscina y termina denunciando en una ‘docuserie’ (y dejando en entredicho) a su exmarido, a la esposa de este, a sus propios hijos y a todo lo que rodea a esa familia y a la suya propia. El dinero siempre ha sido protagonista en la vida de los implicados; un dinero que ha llegado de forma fácil al ser vendida la intimidad de propios y extraños. El nivel de indignidad supera todo lo conocido hasta ahora porque, por supuesto, los del otro lado han respondido y facturado a base de bien.

Por otra parte, una serie de colaboradoras habituales en los programas de Telecinco han tratado de hacer suya la bandera del feminismo mundial, de la defensa de los derechos de la mujer y de la verdad absoluta. Es muy discutible que un 10 por ciento de lo que han dicho (un 10 por ciento como mucho) tenga un sustento teórico y un apoyo entre el resto de mujeres o entre los hombres. Pero un micrófono y una cámara otorgan mucho poder al más necio si se le ofrece la oportunidad. Durante semanas, hemos asistido a un discurso sectario que si no aceptas sin rechistar te convierte en machista, casi maltratador en potencia y fascista. El tono de unos indigentes intelectuales ha sido un ataque en toda regla contra el pensamiento diverso y el discurso crítico.

Además, no son pocos los que se están enriqueciendo a base de soltar ‘morralla’ ideológica que no se sostiene, pero que compran muchos que no han leído un libro en su vida que trate el asunto de los malos tratos, el machismo o el feminismo. La cadena de televisión ingresa unas sumas elevadísimas dadas las audiencias, las productoras se frotan las manos cada vez que el conflicto sigue su escalada, los protagonistas se están poniendo las botas... Y los que siguen los programas que tienen relación (son muchos) no alcanzan a ver lo que están haciendo con sus sentimientos, con sus reacciones, con sus ideas. Sencillamente, pisan el cuello a una sociedad enferma de incultura e insensatez y aprietan hasta la extenuación.

En España interesa el dolor, el daño infringido sin piedad, el escarnio, el chiste zafio que no tiene ni puta gracia (¿De dónde ha salido la tal Paz Padilla y cómo una mujer que no construye una frase con corrección presenta programas de televisión? ¿Cómo es posible que intente dar clases a nadie de nada? ¿Cómo una cadena de televisión puede premiar a quien percibiendo dolor corre a meter el dedo en la herida con cara de sicópata?); en España se premia el escándalo, se incita al juicio público.

Dicen que hay que prohibir el discurso del odio. Me apunto a la idea. Pero nadie se refiere a la posible prohibición de los programas que incitan al enfrentamiento más zafio, que potencian el grito y el insulto como modo de diálogo. Me apuntaría a la idea. Sin pensarlo.