En un país, el nuestro, donde dimitir no entra en los planes de quienes están bien agarrados a la teta pública, que lo hayan hecho cuatro miembros de la Ejecutiva del PSOE y de una tacada, es que algo gordo va a pasar en ese partido. Ni más ni menos que se van a cepillar a Susana Díaz, la expresidenta andaluza. Rodrigo Sánchez Haro, el portavoz de la formación en el Parlamento andaluz, dijo ayer que esas dimisiones entran dentro de “la normalidad”, pero no, de normal, nada.
Es un hecho evidente que Pedro Sánchez no quiere a Susana de candidata a las próximas elecciones, sino a la ministra María Jesús Montero, cuyo tono al hablar, en el de Gayarre –ahora–, aunque era más de la Paquera de Jerez recién llegada a Madrid, se acepta mejor por aquí abajo. No es que grite, es que pone la sonanta medio tono más alto para sacarle brillo a sus melismas moriscos-trianeros, como hacían Vallejo o Mairena.
Sin embargo hay quienes apuestan por el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, para echar al tripartito de la Junta, que es un cantaor con voz redonda, como la de Tomás Pavón, verdadero maestro en ligar los tercios de la Cava de los Gitanos. O sea, que Susana lo tiene crudo, por mucho poder que tenga en el partido y un carácter que acobarda a cualquiera. Si Sánchez la quiere quitar de en medio por aquello de que se la relaciona demasiado con los condenados por los ERE, sobre todo con Chaves y Griñán, Marisu –así la llaman en el partido–, la superministra, estuvo también en el Gobierno andaluz.
Así que si quiere una renovación total del Partido Socialista andaluz de cara a las próximas elecciones, Espadas parece la opción más sensata, aunque no sea un flamenco con mucho pellizco. En mitin, Susana se lo comería con patatas, aunque ahora parece, por su delgadez, que la expresidenta come poco. Y menos que va a comer por el disgusto, porque conoce bien al presidente del Gobierno de la nación y sabe que va a por ella que se las pela. Susanita tenía un ratón chiquetín. Ya no lo tiene, se ha ido de su lado antes de quedarse sin queso.