Los únicos que merecen respeto y admiración de todo esto del coronavirus son las víctimas, más de mil y dos decenas ya de miles de contagiados, y los que están metiendo de verdad el hombro poniendo en peligro sus vidas: los profesionales sanitarios y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Lo demás es para sonrojarse, desde el Gobierno, desbordado y sin saber muy bien cómo vamos a salir de esta, la oposición, que dice que está ahí pero que no, y las televisiones, que muestran una falta de escrúpulos increíble, con tertulianos que solo saben decir que faltan mascarillas, batas, camas y respiradores, como si no lo supiéramos ya. Unos atacando al Gobierno y otros a la oposición, como suele ocurrir en nuestro país cada vez que hay alguna tragedia.
Esta crisis sanitaria no tiene mucho que ver con nada de lo que haya pasado hasta ahora en España. Hay que decir que no hay país que aguante algo como esto, un virus que en un mes te mata a más de mil personas e infecta a más de veinte mil. Desde el propio Gobierno se decía que no era para tanto. Vale, sí, pero vayan ustedes preparando los medios por si al final sí es para tanto, como lo está siendo. Parece una broma que en un país como España, con estos muertos y los que puedan venir, se diga que faltan mascarillas y respiradores, como si hablaran de agua oxigenada y tiritas. Son dos decenas de miles de infectados, no medio millón, que podrían serlo perfectamente, y creo que el Gobierno está a punto de derrumbarse, que manda narices la cosa.
También es mala suerte que el virus asesino nos haya visitado con un gobierno débil, sin experiencia y cagado hasta las trancas. Un gobierno que tardó en reaccionar y que ahora da ruedas de prensa con ministros que parecen sacados de una funeraria de los años treinta. No es que tengan que salir vestidos de joteros o rocieros, con crótalos o panderos en mano, pero tampoco como si nos vinieran a dar el pésame. Estamos en sus manos y ellos parece que nos quieren pasar la responsabilidad a los ciudadanos, que bastante hacemos con jugarnos la vida para comprar un pollo en Mercadona o quedándonos en casa sin saber qué va a ser de nosotros dentro de un mes, si es que vivimos. “Tenéis que quedaros en casa y lavaros mucho las manos”, repiten como loros.
Si quedarse en casa es parte importante de la solución, que lo es, que no salga ni Dios y el que coja su coche y se vaya a la playa, que lo empapelen. No es una cuestión de pedirnos por favor que seamos obedientes, como a los niños en la guardería. Es, creo, de esta manera: obedeces o te enterramos, porque van ya mil muertos y, sin querer alarmar, en julio podemos llegar a cien mil. El Gobierno lo sabe, además, porque manejan las estadísticas y la cosa está muy fea. Solo hay que ver la cara de Miguel Sebastián, exministro socialista de Industria, Turismo y Comercio, dando datos en el programa de Ferreras con más mal color que los pollos de Simago. Y eso que no contará todo lo que sabe, que debe de saber mucho cuando sale cada día con aspecto cadavérico.
Quiero pensar que al final se controlará el virus y que saldremos, una vez más, del problema. Pero, repito, también es mala suerte que nos esté gobernando esta gente. El Gobierno está haciendo lo que debía de hacer, pero a veces tengo la impresión de que no saben muy bien cómo.