Cada vez que pienso en la tontería sobre la que se fundamenta nuestro sistema jurídico, me echo a sudar. Como algunos de ustedes sabrán y otros habrán oído y muchos no tendrán ni idea, el artículo 6.º 1. de nuestro Código Civil establece que «la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento». Y cuando digo que es fundamento ya ven ustedes que no exagero. Para que el sistema jurídico, social, legal y político funcione es necesario que creemos una ficción en la que demos por sentado que todos los ciudadanos conocen la normativa que se nos aplica a todos. (Sí, he dicho «ficción», ¿qué otra palabra podría utilizar?).
Yo calculo, a ojo, que las normas que rigen nuestra vida actualmente, desde reglamentos municipales a normativa europea, pasando por todos los códigos (civil, penal, financiero, administrativo, laboral, mercantil, etc.) ocuparían todos ellos, bien impresos, más volúmenes que la Enciclopedia Espasa. Pues usted tiene la obligación de conocerlos. Y si mañana se publica una normativa que entra en vigor al día siguiente usted tiene obligación de conocerla. Y si no la conoce debe acarrear con las consecuencias. En esto se basa la organización de la estructura social que habitamos: en una ficción.
¿Y cuál es el compromiso de las Administraciones Públicas para darlas a conocer?: publicarlas en sus respectivos boletines oficiales. Ahí termina su obligación. ¿Recibió usted en su casa cada día alguna vez el Boletín Oficial de la Provincia, Diputación, Comunidad Autónoma, Estado, Comunidad Europea? Se imaginan: la puerta de casa de todas las casas abarrotadas de boletines oficiales y los responsables Padres de Familia leyéndoselos todos los días porque el artículo 6. 1. de nuestro Código Civil dice que «la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento»... Ah, pero ahora tenemos Internet y todas las administraciones públicas dicen, tranquilizando sus conciencias: «Eso está colgado en Internet». Y ya está... Con eso todo queda aclarado... ¿Lo ven?: la realidad pública es una ficción atada con finísimos hilos que me hace pensar siempre que si el mundo funciona es por una cadena de azares imperceptibles y cierta buena voluntad que hace que «parezca» que todo está atado y bien atado. ¡Aquí no está atado nada! ¡La impunidad campa por sus respetos! ¡Y los débiles soportan lo indecible! (Hoy débil es quien no maneje Internet y no tenga pasta para pagar a un buen abogado).
¿Y qué hacen los políticos? Legislar. ¡No va a entrar un político a su institución y lo va a dejar todo como estaba, ¿no?! «¿Qué van a pensar? ¿Que mi antecesor lo tenía todo medio bien organizado? ¿Que la oposición que gobernaba lo había hecho todo bien? ¡No: legislemos y cambiemos!». Y el pobre ciudadano recibiendo en su casa Boletines Oficiales que se acumulan en la entrada esperando ser estudiados porque es obligado conocerlos. (Ah, es verdad, ya no los mandan, todo está en Internet).
Y, cuidado, porque si ves la tele quizás creas que la nueva normativa que estás oyendo se te aplica a ti porque han hablado de Madrid y tú creías que Madrid es España, pero ya no: Madrid es Madrid (Comunidad) y su horario y restricciones son distintas a la tuya.
Sinceramente ¿Cuánta gente ve, oye o lee informativos cada día? ¿Un 15 por ciento de la población, un 30, un 45? O sea, ¿20 millones de 47? Hay millones de españoles que no se enteran de nada, que están fuera de los circuitos informativos, desde los nuevos pijos culturetas que van de guay porque no ven la tele ni leen las noticias porque «están manipuladas» (que cada día hay más desinformados de estos), hasta los ignorantes por causas sociales o marginación. Con tantas cadenas de televisión y programas de entretenimiento (¡qué palabra esa!) es facilísimo no ver nunca un informativo.
¿Y creen que soy el descubridor de este teatro? ¡No!, todos los políticos ¡y los jueces! (peor es que lo sepan los jueces) lo saben. Saben que legislar es una ficción.
¿Saben por qué se legista? No se legisla para organizar la sociedad, se legisla para que cuando ocurra un conflicto se sepa quién es el culpable. Les pongo un ejemplo: las señales de tráfico (a veces 20 distintas en cien metros) no se ponen para avisar a los conductores, se ponen para que cuando haya un accidente se sepa a quién hay que echarle la culpa. ¿Se pone junto a una barandilla un letrero de «Peligro caída» para avisar a la gente para que no se caiga? ¡No!, se pone para que cuando se caiga y venga la compañía de seguros o la fiscalía, pueda ver que había un aviso. Igual que los avisos de «Fumar mata», para que si te matas fumando no puedas denunciar al Estado que «te dejó» fumar...
Lo gracioso es que los juristas viven en su mundo legislando como si todo el mundo les fuera a hacer caso. «¡El peso de la ley!», dicen. La ley sólo asusta a los débiles, a los ancianos, a los temerosos, a los «siervos», como diría Nietzsche; no a los señores (dueños) de su libertad. Luego se ejemplariza con unos cuantos y a correr... Los funcionarios que redactan normativas, los legisladores que las instauran, los abogados que viven de ese caldo, y los jueces, usan y aplican las normas y las leyes como si los seres humanos pudiéramos actuar como robots, como piezas de un juego manipulables. Y la realidad tozuda les demuestra, por más que legislen (y la pandemia lo está demostrando), que la naturaleza humana -afortunadamente- es indómita.
No se asusten, no estoy contra la ley y el orden, sólo digo que se pasan tres pueblos con el jueguecito normativo.