La manera más española de pasar el tiempo en los despachos de máximo rango es recibir a los conocidos para charlar y para poner cara de no te preocupes, de esto me encargo yo cuando la conversación ya va al grano y se centra en pedirte un favor personal. Esa es la verdadera razón de ser de la célebre reunión entre Jorge Fernández Díaz y Rodrigo Rato Figaredo. Aquel alega que le recibió en su despacho de ministro del Interior porque el exvicepresidente, tan amado por los preferentistas, está preocupado por las amenazas que recibe un familiar. ¿Y no sería mejor, para la seguridad de dicha persona, que los mandos de la Policía se vieran con ella? ¿No hay en España más sufridores de amenazas? Pero entonces no se monta este chisgarabís político del agosto nacional.
Dos amigos, dos defensores de las tradiciones, se han prestado a protagonizar esta campaña educativa sobre el ritual del fielato. Tanto a quien está en el poder como a quien tiene el poder. El intercambio de favores. Quien da primero pide dos veces. El ruego de hoy se pone a prueba con la complicidad de mañana. La concesión otorgada bajo la apariencia de concurso abierto. El enchufe del hijo torpe. La componenda para colocar al cónyuge. La recomendación para ser un protegido. El gorroneo para estar en un palco. El atajo para una atención médica. El marrón de la cuñada de un colega que abre una boutique y quiere notoriedad.
La transparencia está acosando al chalaneo. Pero no se saldrán con la suya quienes propongan prohibir el trato de favor. Hasta ahí podíamos llegar. Se quieren cargar España.