Teatro y tauromaquia: Valle Inclán y el ministro de Cultura

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20 oct 2020 / 08:04 h - Actualizado: 20 oct 2020 / 08:11 h.
  • Ramón María del Valle-Inclán.
    Ramón María del Valle-Inclán.

Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico como La Ilíada... Una corrida de toros es algo muy hermoso». (Ramón María del Valle-Inclán.).

Ramón José Simón Valle Peña, conocido como Ramón María del Valle-Inclán, nace en Villanueva de Arosa en 1866, importantísimo dramaturgo, poeta y novelista del movimiento modernista y en sus últimas obras perteneciente a la generación del 98 (Unamuno , Azorín, Baroja y Maeztu, que se dan a conocer a partir de 1901). Además podemos incluir a Valle-Inclán y a Antonio Machado), muere en Santiago en 1936.

El callejón del Gato es un pasaje peatonal encajado en el corazón del Madrid antiguo, a pocos pasos de la Puerta del Sol. En esa callejuela, repleta ahora de restaurantes y tabernas, un comerciante instaló a principios del siglo XX dos espejos deformantes como reclamo para atraer clientes. Así lo contaba, Ramón Gómez de la Serna: «Calzados en la pared y del tamaño del transeúnte de estatura regular, dos espejos, uno cóncavo y otro convexo, deformaban en don Quijote y Sancho a todo el que se miraba en ellos».

La imagen que devolvían esos espejos se convertiría para Ramón María del Valle-Inclán en la metáfora de una España que él, a través de su personaje Max Estrella, veía como una «deformación grotesca de la civilización europea». El protagonista de Luces de Bohemia, un poeta ciego y acabado que pasa sus últimas horas peregrinando por el Madrid más turbio, formulando así las bases del Esperpento.

Que mayor Esperpento que la España de hoy.

En la revista La Lidia, le cuestionaron si creía en la existencia de arte en los toros. Ésta fue la contestación en 1925:

"Naturalmente que sí, y mucho. Mire usted: la mayor manifestación del arte es la tragedia. El autor de una tragedia crea un héroe y le dice al público: Tenéis que amarle. ¿Y qué hace para que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios... y el público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro. Supongamos que un niño está jugando en esta habitación, y nosotros no le hacemos caso; al contrario, tal vez sus juegos nos molesten. De repente, el niño se acerca al balcón y está a punto de caer a la calle; entonces, todos nosotros nos levantamos angustiados y gritamos: ¡Ése niño! En aquel momento todos queremos al niño, pero ha hecho falta para eso, para que nuestro corazón dé rienda suelta a su amor, que ese ser esté a punto de deshacerse. Es la tragedia...

En los toros la tragedia es real. Allí el torero es autor y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia, una comedia o una farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte. Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borracho de arte. Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la tragedia se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se emociona, se entusiasma. ¿Por qué? Por el arte.

Quitemos a los toros la facultad de matar, y ya no hay fiesta, porque no hay tragedia, no hay arte. A un torero que no tuviese peligro de ser cogido, acabaría por aburrir al público.

Rafael ya es otra cosa; tiene menos facultades cuando sale un toro que le inspira, entonces crea arte, entonces es divino, porque, como Belmonte, se transfigura, y transfiguración es teología.

Los toros, para ser tal como deben de ser, precisan tener la parte trágica, la muerte del toro, del caballo, y de vez en cuando del torero. El torero que toreando se acerque más a la muerte, ése será el mayor artista, el que mejor interpretará la tragedia taurina, aunque el otro, el que toree con mayor facilidad, quede más veces mejor que él. ".

Todo se ha vuelto hoy demasiado previsible. Sin competencia.Esto debe aprender el ministro y también el mundo del toro.

Sin emoción no hay toros...hay esperpento.

Se celebró un banquete en el Retiro, lugar donde entonces se reunían a cenar la gente bien de Madrid. El dueño del restaurante, al ver que se trataba de un banquete a un novillero, puso discretamente la mesa en una esquinita, disimulando, para que no se enterara su clientela. Pero llegó don Ramón, no le gustó el sitio, y armó un escándalo terrible. Se fue hacia el propietario, y le dijo:

-¡Tú levántate!

El hombre balbuceo, sorprendido e impresionado por los modos de Valle Inclán.

-¿Qué desea usted, señor?

-¿Dónde nos has puesto, bellaco? –Gritó don Ramón-¿Dónde nos has puesto, di?

El pobre empresario, aturdido, pensaba unas disculpas.

-Es un sitio de la casa como otro cualquiera.

-¡También es un sitio el wáter! –Replicó don Ramón- ¡Colócanos en un sitio de honor! ¿Sabes quiénes somos? ¿Sabes quién es este hombre? –y señalaba a Belmonte con un gran ademán.

– ¡Qué es eso! –rugía él-. ¡En el sitio de honor he dicho!

Y así fue, desalojaron a los clientes distinguidos, y allí me senté a comer, apabullado por los gloriosos nombres de los artistas y escritores que me rendían un aparatoso homenaje, sin que yo acertase a comprender bien la razón de que aquellos hombres me admirasen.”

Entre la opinión de Valle Inclán y el Ministro... me quedo con Don Ramón.