El otro día tuve que llamar a Telefónica porque internet dejó de funcionar. Elegí esta compañía porque, a mi parecer, es el Corte Inglés de las telecomunicaciones: si tienes un problema, ellos te lo solucionan rápidamente. Tanto fue así, que esa misma tarde ya me estaba llamando el técnico para solventarme la incidencia, pero no pude atenderlo.
Ayer vino un técnico a solucionarme la incidencia. Tras el rato buscando el origen de la avería, empezamos a charlar un poco sobre lo que hacíamos cada uno. Él estaba interesado en saber cuánto pagaba de alquiler y a qué me dedicaba. Tras un rato explicándole, él me contó cómo era su trabajo.
El técnico era mileurista. Para poder llegar a esa cifra, tenía que conseguir 11 puntos al cabo del día. En función de la incidencia, le daban más o menos puntos. La mía, con la que se llevó una hora y pico, era de un solo punto. Una instalación, que puede alargarse dos o tres horas, son cuatro puntos.
Luego le tienes que sumar la encuesta que le hacen al usuario para saber la atención del técnico. Aunque le haya solucionado la incidencia, si el cliente quiere arruinarle la vida al profesional, con ponerle un cero lo consigue.
No entiendo cómo ocurren estas cosas a día de hoy. Un salario tan bajo para una persona que te está arreglando un problema de comunicación, algo tan fundamental en estos tiempos. Si no tengo internet, no puedo teletrabajar ni comunicarme con los míos.
Ahora los políticos están mirando a la frontera de Ucrania. Es el problema máximo que tienen los ciudadanos españoles. Una guerra nunca es buena, pero en nuestro país llevamos muchos años viviendo un periodo de carestía que recuerda a esos momentos.