Hay muchos motivos para amar a España, y otros muchos para no hacerlo. Tras estar leyendo ayer abundante información sobre las condiciones en las que viven los temporeros extranjeros en nuestro país, reconozco que acabé roto y sintiendo una enorme vergüenza de ser español. Es una injusticia, y esto ha aflorado por la Covid-19. Creo que todos hemos pensado alguna vez que podrían estar en mejores condiciones, pero pocos sabíamos que están en régimen de semiesclavitud y que viendo esas imágenes no te lo puedes creer, pero es verdad. No me asombro fácilmente porque vengo de una familia de jornaleros del campo, de Arahal, que cuando iban a coger algodón dormían como podían. Mi padre era uno de ellos, y estando trabajando en un cortijo de Morón de la Frontera se quejó una noche de que no había derecho a tener que dormir en el suelo, sobre una manta, como un perro. El capataz le dijo que por la mañana cogiera la manta y se fuera para Arahal. Sacando el orgullo campesino, le dijo que no, que se iba esa misma noche. Agarró la manta por un pico y se fue andando hasta el pueblo arrastrándola por la carretera, en forma de protesta. Naturalmente, no volvió a trabajar nunca más en ese cortijo. Mi padre murió de leucemia, con 33 años, y cuando lo veo en fotos parece que tenía 50. Que un temporero inmigrante tenga que vivir en una chabola sin agua y sin luz, en la cuarta economía, dicen, de Europa, ganando además un sueldo mísero, es no digo yo para no amar a España, sino para acordarse de cuantos muertos tiene. El Gobierno debería regularizar la situación de los inmigrantes porque se cae el alma al suelo cuando te enteras que cientos de criaturas ni siquiera protestan al patrono por temor a que lo devuelvan a sus países de origen o que les digan que “el año que viene, te quedas en tu país”. Vienen a hacer el trabajo que no queremos, porque aquí nos hemos vuelto muy señoritos y nos estamos acostumbrando a sobrevivir de las limosnas del Estado. Te pones malo cuando sabes que la mayoría son mujeres, unas 20.000 en la fresa, explotadas en pleno siglo XXI. Mujeres que se están viendo obligadas a trabajar en plena pandemia sin mascarillas, sin ninguna protección. Muchas son captadas por mafias que las traen engañadas y que cuando llegan se ven obligadas a trabajar de temporeras en unas condiciones que hasta para las bestias serían denunciables, a 5 euros la hora, trabajando 12 diarias, sin días de descanso y con menos derechos laborales que el borrico de una noria. Amamos a España, sí, pero arreglen esto.