Tendríais que haber visto el hiperbólico funeral

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20 sep 2022 / 06:00 h - Actualizado: 19 sep 2022 / 22:25 h.
"Opinión"
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¿A quién no le habría gustado asistir al funeral del faraón Keops? Ver a miles de soldados y sacerdotes y plañideras y esclavos desfilando junto al Nilo en dirección a la gigantesca Pirámide. Las trompetas sonando, las vestimentas coloridas, las antorchas en la noche, el pasar ordenado y marcial de la comitiva.

¿A quién no le habría gustado asistir al entierro de Julio César? Ver a ese enorme cortejo fúnebre partir de la Domus Publica entre los gritos desgarradores de Calpurnia, y contemplar el ataúd sustentado por los magistrados, circundado por los patricios y plebeyos que habían desempeñado cargos y seguido por una multitud de veteranos y ciudadanos. ¿A quién no le habría gustado escuchar el discurso funerario que dio Marco Antonio, en cuya alabanza recordó lo que César hizo por Roma y la herencia que había dejado a todos los romanos, y ver las dagas teñidas de rojo de los conspiradores, que él mostró, y la túnica ensangrentada del emperador asesinado; y ver cómo dos soldados lanzan cirios sobre el catafalco y cómo después algunos veteranos de las legiones pusieron sus armas en el fuego, y cómo el bullicio alimentó el incendio destruyendo las tribunas de madera dispuestas para la ceremonia?

¿A quién no le habría gustado asistir al funeral de Alejandro Magno en Babilonia, portado a hombros de sus médicos para mostrar que la medicina no podía nada contra la muerte, y ver cómo sus tesoros se esparcían por el suelo para mostrar que nada se transporta al otro mundo; y ver sus manos vacías balanceándose al aire para mostrar que nada se llevaba? Quizás sus 40.000 soldados desfilaron con su cuerpo momificado y las trompetas sonaron a cientos y el pueblo lloró desconsolado e incrédulo.

¿A quién no le habría gustado asistir en medio del frío y la niebla al segundo funeral de Napoleón que subió por el Sena con sus orillas rodeadas por la gente que se agolpaba entusiasta en ambas riberas para contemplar el paso de la comitiva? Los puentes se habían engalanado y las campanas repicaban para avisar de que Napoleón se acercaba. La flotilla llegó a las puertas de París y fue recibida por el nuevo presidente del Consejo de Ministros, Nicolas Soult, quien fuera mariscal de Napoleón en Waterloo. Al día siguiente, los restos de Napoleón recorrieron el último tramo de su retorno a Francia en una carroza imponente. La comitiva discurr por los Campos Elíseos hasta la plaza de la Concordia, para acabar en la explanada del Hospital de los Inválidos. Vendedores ambulantes y gendarmes de paisano se mezclaron con el gentío y entre vítores, lágrimas y aplausos se oyen insultos y gritos contra el gobierno. Cuando el cortejo llegó a la explanada de los Inválidos, el féretro se trasladó al interior de la iglesia, donde tuvieron lugar las exequias. El rey presid la ceremonia.

¿A quién no le gustaría haber podido asistir a Los Funerales de la Mamá Grande que nos contara Gabriel García Márquez y ver en sus sacolevas y chisteras, al presidente de la república y sus ministros, las comisiones del parlamento, la corte suprema de justicia, el consejo de estado, los partidos tradicionales y el clero, los representantes de la banca, el comercio y la industria, los arzobispos extenuados por la gravedad de su ministerio y los militares de robusto tórax acorazado de insignias y al primer magistrado de la nación; y, en segundo término, ver desfilar a la reina del mango de hilacha, la reina de la ahuyama verde, la reina del guineo manzano, la reina de la yuca harinosa, la reina de la guayaba perulera, la reina del coco de agua, la reina del frijol de cabecita negra, la reina de los sartales de huevos de iguana, y al propio sumo pontífice, a quien ella imaginó en sus delirios suspendido en una carroza resplandeciente sobre los jardines del Vaticano?

Pues igual, tendríais que haber visto el hiperbólico funeral de ayer de la Reina Isabel II de Inglaterra, con 2.000 invitados, 500 altos mandatarios, los 200 músicos de las Fuerzas Aéreas, los 73 custodios yeomen, los cientos de miembros de las Fuerzas Armadas británicas, encabezados por las gaitas y tambores de los Regimientos de Escocia e Irlanda, el primer batallón de los Guardias Granaderos, 142 marineros de la Marina Real, los Guardaespaldas de Su Majestad del Honorable Cuerpo de Caballeros de Armas, la Compañía Real de Arqueros, los 56 miembros del King's Color Squadron, la Compañía Nijmegen, la Brigada de Ingenieros Gurkha de la Reina, la Policía metropolitana montada, la Policía montada de Canadá, la Household Cavalry, la Guardia de Coldstream, tres oficiales y 53 soldados rasos, los Jefes del Estado mayor de Aire, Defensa y Armada, un Almirante, el Vicejefe del Estado Mayor de la Defensa, el Silver y Gold Stick y la Brigada de espera, el Jefe de las caballerizas reales, el Major General Commanding The Household division and Staff, y en penúltima posición, cerrando el segundo cortejo fúnebre, los representantes de los servicios civiles: los ocho miembros de la flota real, los ocho de la marina mercante, los cuatro guardacostas, los dieciséis policías de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, los dieciséis bomberos y miembros de los servicios de rescate, los dieciséis miembros de los servicios de prisiones, los cuatro miembros del servicio de ambulancias, los cuatro trabajadores de St John Ambulance, los cuatro miembros de la Cruz Roja británica y los cuatro miembros del voluntariado de la organización Royal Voluntary Service.

Algo realmente histórico. Pero “histórico” en su sentido más profundo, ritual, simbólico y trascendental.

No tiene que ver mucho con nosotros los sevillanos, andaluces, españoles, pero tiene que ver con la especie humana (a la que pertenecemos) y su capacidad ritual, simbólica, capaz de crear relatos en los que se ven involucrados por cientos de años miles, millones de personas. Este entierro es un trozo importante de la Historia de la Humanidad y pasó ayer por el salón de tu casa y quizás no lo viste. Tendrías que haberlo visto.