La noche del martes estaba enviándome mensajes por wasap con un discípulo mío que vive en el área metropolitana de Granada, es muy brillante, no hace mucho defendió una tesis doctoral excelente que le dirigí sobre estructuras de poder y mediáticas en Rusia desde la caída del comunismo hasta hoy y estábamos tratando el tema de su publicación. Me había hablado ya de los terremotos que estaban sufriendo y que no se podían creer aquello. De pronto me manda otro mensaje en el que me comunica que en ese momento la tierra estaba temblando de nuevo. Y nos despedimos.
Cuando se vive un terremoto la sensación es terrible. Los granadinos le están haciendo frente a la pandemia y a los terremotos, son dos factores que impresionan mucho porque no los podemos controlar, no somos dueños de nada en ambos casos. El filósofo Emilio Lledó dijo en una ocasión, tratando sobre la Covid 19, que a él le estaba pareciendo algo horrible porque el ser humano toma medidas contra algo cuando puede ver o comprobar con claridad de dónde le viene el problema pero que la pandemia era un hecho desconocido e invisible ante lo que se encuentra inerme. Y aún estamos así a pesar de las vacunas, incluso las vacunas están aumentando la angustia de la gente porque parece que nos empeñamos en complicarnos la vida: los científicos hacen su trabajo después de horas y horas agotadoras de trabajo y luego falla la logística, es increíble, total y absolutamente increíble, es tremenda la bajeza moral y la falta absoluta de sensibilidad y de solidaridad entre la especie incluso en estas circunstancias, siempre defiendo que el humano no es un ser social sino individual y egoísta y cada día los hechos me lo corroboran.
Si he afirmado antes que la sensación de un terremoto es terrible es por la poca experiencia que he tenido con este fenómeno que demuestra la misteriosa vida que la Tierra acumula en sus entrañas. Cuando tenía 14 años corría 1969 y entonces tuvo lugar en Sevilla un terremoto de 7,3 grados -los de Granada hasta ahora son de 4,2 aproximadamente- que nos hizo saltar a todos de la cama en la madrugada. Me he acordado ahora con las movidas de Granada, sabía que fue en los 60 pero no me acordaba del año exacto y lo he encontrado todo aquí en Internet.
Treinta segundos eternos duró aquello. Yo estaba en mi dormitorio y mi primer impulso fue meterme debajo de la cama. Cuando mis padres llegaron a mi cuarto a por mí para sacarme de allí no me vieron y les tuve que decir dónde me hallaba. Salí de debajo de la cama y esperamos hasta que paró el temblor. Lo viví todo en mi querido barrio de San Vicente, en el que tuve la fortuna de venir al mundo. Salimos a la calle y allí estaba el personal, aturdido, fuimos a casa de mis tíos-padrinos a ver cómo estaban y los vimos asustados pero bien. Era en la calle Redes de uno de cuyos edificios se había desprendido un trozo de cornisa sin que por fortuna cogiera a nadie debajo.
Nadie murió en toda Sevilla directamente por el terremoto pero sí por sus efectos en la salud de tres personas a las que les falló el corazón del susto. A la mañana siguiente como es lógico no había otro tema de conversación aunque también el cachondeo sevillano hizo su aparición. El terremoto fue bautizado con el nombre de un programa de radio, “Conozca usted a sus vecinos”, porque todos salimos a la calle con lo puesto en ese momento en el que hubo que saltar de la cama.
He vivido un pequeño y rápido terremoto en mi despacho de la Facultad de Comunicación porque la tierra tiembla con frecuencia pero no nos solemos dar cuenta. Suele temblar mucho y de forma habitual, por ejemplo, en la corona de volcanes activos de México donde se halla el volcán Popocatépetl que allí le dicen el Popo para abreviar. Yo he estado por aquellas tierras impartiendo clases y hablando con colegas universitarios mexicanos que cuando empezaba a temblar la tierra en una de nuestras reuniones apenas se inmutaban y cuando yo exclamaba “¡esto está temblando!” ellos hasta sonreían porque ya sabían cuando había que correr y cuando mantener la calma. O creían saberlo.
Les diré uno de los momentos más fantásticos, espectaculares y sobrecogedores que he vivido. Desde mi hotel podía ver de noche, con luna, la sombra de la tremenda mole del Popocatépetl que siempre está activo. Me asomaba a la terraza y veía en la negrura de la noche las abundantes “chispas” que brotaban de su boca y pensaba que por muchos avances científicos que tenemos aún no estábamos seguros de si aquello iba a pegar un reventón y llevarse por delante todo cuanto encontrara.