Tiempos muertos

Tiempos ya muertos son aquellos en los que un picador se retiraba entre ovaciones clavado en su montura andando alegre de vuelta al patio de caballos

16 jun 2018 / 22:21 h - Actualizado: 16 jun 2018 / 22:28 h.
"La Pasión"
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No hace tanto tiempo, cuando uno iba a los toros, se observaba en la plaza un interés notable por la suerte de varas, tercio que mide y prueba la bravura, acometividad y entrega en el castigo de las reses y que sirve para ahormar el empuje del animal, que después habrá de ser banderilleado y toreado con la muleta, pasos previos a la suerte suprema, la de matar.

Los aficionados, recuerdo a mi padre, subrayaban las distancias y la fijeza, el empuje y los riñones, la cara alta o baja y cantaban las excelencias de unos caballistas soberbios que, más allá de su aspecto físico y tonelaje, caían a caballo con esa naturalidad campera de quien cada mañana limpia la cama de la cuadra, acicala su caballo, le pone la montura y le entrega las horas de su vida al noble arte de la equitación.

Los picadores eran protagonistas de una suerte que se ha convertido hoy en un trámite desgraciado que a menudo consiste en no molestar al toro. El celo con el que se ha buscado la nobleza ha traído, entre otras consecuencias, que se anhele únicamente el lucimiento del torero en la muleta, dejando la lidia total en un resumido recuerdo de lo que fue la tauromaquia.

Por si fuera poco, y asumido que ya debe tirarse de la memoria para traer a la retina a Paco Martín Sanz echándole el palo a Topinero o que tenemos que llorar la nostalgia de los Quinta, los Pimpi, los Atienza, los Cid, los Saavedra, los Muñoz,.... o Barroso, López, los Cruz y tantos varilargueros que vieron mis ojos, ahora toca aceptar una imagen tan triste como desesperanzadora.

No sólo hemos perdido aquella manera de ponerse en pie sobre los estribos de esos toreros a caballo que levantaban el brazo para coger delante los morrillos y soportar toda la bravura del mundo en una sola mano. Ahora hay que ver cómo un monosabio le coge la cara al caballo por el callejón para llevarlo hasta el patio tirando de la cabezada haciendo inútil cualquier acción del caballista, que –subido como un niño en un carrusel de feria– se deja llevar a la fuerza por alguien que le da el paseo. Triste imagen. Y todo, dicen, en aras de un espectáculo que debe ser más dinámico. Lo hacen para restar tiempos muertos.

Tiempos ya muertos son aquellos en los que uno veía montar a caballo, al menos tres minutos, a un picador solvente sobre un bretón, percherón o de media sangre. Que después de un par de puyazos agarrados arriba tenga un picador que marcharse por un callejón sin mandar ni el paso ni la dirección, subido a un caballo de picar que manda un muchacho andando hacia atrás para que no choque, es muy duro para mis ojos de aficionado. Y todo esto, en la tierra de los más grandes mayorales y caballistas que ha dado la historia del toreo.