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¿Tienen ideología los jueces?

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20 jul 2021 / 07:06 h - Actualizado: 20 jul 2021 / 07:18 h.
"Opinión"
  • ¿Tienen ideología los jueces?

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Cada vez que en un medio de comunicación aparece un listado con los jueces conservadores y los jueces progresistas del Tribunal Constitucional se está clavando en la cruz del desprestigio no al sistema jurídico sino a la totalidad del sistema social que propugnara Montesquieu para un equilibrio convivencial.

Desencántense: siempre seremos gobernados por seres humanos; siempre seguiremos leyes redactadas por seres humanos; y siempre seremos juzgados por seres humanos. Los ordenadores no nos juzgarán nunca. A algunos esto les parecerá una mala noticia, pero la noticia es que todo lo humano es imperfecto y lo seguirá siendo por siempre. Nunca sabremos la verdad de todo ni sabremos de manera definitiva y en acuerdo mundial de todos los individuos qué está bien y qué está mal ni cual es el mejor sistema de gestión política de lo humano. Nunca llegaremos a acordar por unanimidad si lo conservador o lo progresista es lo mejor; nunca acordaremos por unanimidad el punto medio que satisfaga a todas las partes; o sea, nunca dejará de haber conflictos. Repito: el conflicto ideológico no desaparecerá nunca. Asumamos que esto es ser «humano» y lo llevaremos con menor carga.

PERO (y consideren un «pero» muy grande, un «pero» casi gritado, coléricamente digno), pero -decía- hay seres humanos en la preocupación excelsa de ser neutrales, de atenerse a la ley, un atenerse a la ley que no es como lo haría un frío ordenador, o sea, de manera literal. No: los jueces saben que las normas deben interpretarse «según el sentido propio de sus palabras», sí, pero «en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas», como dice el artículo 3 de nuestro Código Civil. O sea, nada de brutal literalidad como a algunos les gustaría, sino con la flexibilidad razonable que otorga pensar: 1. En dónde está enmarcado el texto de un artículo, porque un artículo no es más que un texto, y los legisladores han podido querer ponerlo ahí porque antes se habían dicho otras cosas en sus artículos anteriores y porque después se van a decir otras. 2. Las leyes deben interpretarse teniendo en cuenta sus antecedentes históricos. No somos una nación que acaba de surgir de la tierra o caer del cielo, llevamos atendiendo a normas desde que éramos romanos, hay que comprender qué quiere decir ella después de todo lo pensado y vivido y escrito. 3. Y cada palabra escrita (con todas sus posibilidades de significación) tienen que adecuarse a la realidad social del tiempo en el que se vive. Menuda tarea la de cualquier juez que ha de saber cuál es la realidad social cuando él/ella vive en una realidad de juzgados, delitos, delincuentes, conflictos, cuando también existe música y campos y amor y ternura... 4. Y a todos esos elementos abstractos, difícilmente evaluables de manera absolutamente equilibrada por ser humano alguno, hay que añadirle que deben tener en cuenta el «espíritu» y «finalidad» de esa norma en concreto. ¿Qué significará «espíritu»? El «espíritu» es algo así como un: «hombre, esto estaba hecho para esto y no para lo otro, no lo vayamos a tergiversar. Vale que pone X, pero si se quiere entender como estrictamente ‘X’ nos pasamos de frenada». Algo así. Tremendamente interpretativo y sujeto, por supuesto, a que otras personas (jueces o abogados o fiscales o políticos o «el pueblo») «entienda» que el espíritu era otro. Y todo en formato «palabras», que, a su vez son ya de por sí iconos con significantes variables. (Por ejemplo: a saber qué está usted entendiendo de lo que yo le estoy explicando en esta columna de opinión...).

Pues bien, con todas estas dificultades (les venía diciendo que) hay unos seres humanos en la preocupación excelsa de ser neutrales, de atenerse a la ley con todas sus dificultades de interpretación, gente preparada específicamente para ello, entrenada durante años para ser neutrales. Son los jueces. Yo conozco a unos cuantos y es digna de admiración su preocupación por la objetividad, por no dejarse llevar por emociones o ideologías a la hora de interpretar las normas. ¿Lo consiguen? Posiblemente no, pero que lo intentan, que exprimen su cerebro para ser neutrales eso se lo puedo asegurar yo y todo el Poder Judicial de España. Y les añado algo importante: DEBEMOS CREER EN ELLOS.

¿Por qué hay que «creer»? Porque, efectivamente, es un acto de fe. Un acto de fe similar al que hacemos cuando dejamos que un ser humano (imperfecto por definición) nos opere de cataratas, pilote el vuelo que nos transporta o conduzca un camión con miles de litros de combustible inflamable. O sea, porque son especialistas en la materia entrenados para hacerlo bien.

Si asumiéramos que los miembros del Tribunal Constitucional, elegidos tras unas cribas profesionales exhaustivas, después de años de intachable ejercicio de la profesión, no son capaces de separar emoción de razón, ideología de justicia, sería tan grave como dejar de ir al médico porque no nos fiamos de su competencia o no nos montáramos en un avión por lo mismo. Lo malo es que aquí los pacientes, los pasajeros, somos todos los españoles.

Los medios de comunicación son alimañas carroñeras que viven de crear conflicto. Intentamos enseñarles a los periodistas en la universidad a ser objetivos (como los jueces) pero fracasamos estrepitosamente. Opinan como parroquianos de bar con el inmenso poder de que sus soflamas anidan en las mentes de los poco juiciosos, alimentando el debate y la contienda. Puede que un juez en su carrera se haya posicionado alguna vez en un hecho concreto de una manera que pueda llamarse (groseramente) conservador o progresista, pero eso no lo convierte en conservador o progresista, cuando, además, esos términos son abstractos y en permanente cambio e indefinición. Los periodistas pretenden decirle a los ciudadanos: «el mundo se divide en dos, ¿en qué lado te posicionas?». Cuando el mundo no atiende a categorías facilonas sino que está lleno de diversidad, variabilidad, diferencias, matices, colores, ideas.

Creo en los profesionales. Y no creo en los dibujitos en colores (rojo y celeste, claro) que algún medio de gran relevancia publicó ayer mostrando la composición («política») del Tribunal Constitucional. Qué vergüenza, hacer de la opinión información para alimentar el conflicto.