Todo empezó en Utrera con la creación del Potaje Gitano, en mayo de 1957, un festival que se sigue celebrando. No se quiso crear un nuevo formato de festival de flamenco, como algunos han contado. Fue un potaje de chícharos para celebrar el éxito de la primera salida procesional de la Hermandad de los Gitanos de Utrera, el Viernes Santo de aquel año. Invitaron a la cena a algunos artistas amigos, entre ellos Antonio Mairena, que entonces no era aún una primera figura del cante, y la celebración dio pie a que se empezaran a sumar a la fiesta otros pueblos como Arcos de la Frontera, Lebrija, Morón, la Puebla de Cazalla o Puente Genil, entre otros muchos. Aquello fue una revolución en el flamenco, con la Ópera Flamenca ya muerta, porque empezaron a subirse a los escenarios artistas, sobre todo gitanos, que hasta entonces sólo actuaban en fiestas familiares o de señoritos. Y nació una nueva etapa, como cuando el cantaor Silverio Franconeti abrió sus cafés cantantes, en el último tercio del siglo XIX.
Aquella etapa fue llamada Edad de Oro del Flamenco, y así llamamos también a la que vino con la creación del Potaje Gitano de Utrera, que coincidió con la creación de los concursos nacionales de Córdoba y La Unión, el nacimiento de la Flamencología, la entrada de nuestro arte en la Universidad y la fundación de las primeras peñas flamencas en provincias como Granada, Málaga y Sevilla. Artífices de esta etapa, artistas como Antonio Mairena, Fosforito, la Paquera de Jerez, María Vargas, Chocolate, Trini España, Matilde Coral, Manuel Morao, Melchor de Marchena, Fernanda y Bernarda de Utrera y un largo etcétera. ¿Qué ha quedado de esa época de oro? Decenas de festivales que languidecen, como los de Mairena del Alcor, la Puebla de Cazalla, Morón de la Frontera, las Cabezas de San Juan o Puente Genil, con carteles endebles y, salvo excepciones, una desastrosa organización. Pero a pesar de lo dicho, cada verano llegan los festivales de los pueblos, de los que siguen viviendo decenas y decenas de artistas y profesionales del arte jondo. Disfruten de ellos, salgan de casa los fines de semana y sientan en la piel el torniscón del duende.