No me nieguen que cuando pasean por un lugar desconocido, vamos lo que se llama hacer turismo, no le gustan esas calles angulosas y derivadas que le obligan a jugar con el mapa y la imaginación de lo que se encontrarán posteriormente. Porque pasear por una calle recta es prever todo lo que se enfrenta a nosotros, pero un ángulo nos hace ver que todo es más grande. Con el ángulo recto no sabremos nunca cuál será el destino que nos espera en esa segunda mitad del camino. Pero para que el visitante sepa dirigirse a esas calles angulosas, divertidas e históricas de Sevilla debe tener muy claro que alguien, primero, le conduce a ellas. Y en Sevilla, ciudad reina de la Gymkana turística con dos tipos de turismo (el que se pierde y debe rescatar la Policía Local y el que va en mansos grupos), el turista sólo ve calles cortas y rectas.
Esta Sevilla, tan tradicional para algunas cosas, quiere hacerse la moderna cuando se trata de turismo y aunque el Consistorio lo publicita e incluso gasta dinero público en monolitos mamarrachos de información turística inoperativos, apagados y sin funcionamiento, lo cierto es que el turista sigue deambulando vagamente por la ciudad a la espera de que lo capte algún intrépido camarero y le ofrezca esa paella de PVC lista en diez minutos.
Asumamos que el turista cuando llega a Sevilla no tiene la debida bienvenida (empezando por buscarse la vida desde el aeropuerto) y al final dentro de una ciudad de calles, perspectivas y horizontes, se convierte en un ser que participa de los rebujones y de las bullas de una forma angustiosa todos entrando en el mismo sitio, respirando el mismo aire usado y siempre con una excesiva intimidad humana. Me pregunto si alguna vez este ayuntamiento ha preguntado al turista que necesita de la ciudad. Aunque lo primero, ciertamente, es que no se vea perdido y eso ya lo está cuando se coloca delante de los monolitos turísticos (en la Plaza del Altozano puede ver uno de campeonato marrano) sin funcionamiento. ¿Dónde están las oficinas de turismo de toda la vida donde se proveía al turista de información y respuestas? porque ver pasear a dos turistas con mapa en mano por la que fue la Expo´92 es para preocuparse por cuánto me pregunto cómo habrán llegado hasta allí y si ha sido después de ver todo nuestro riquísimo patrimonio de la ciudad (cosa que dudo).
Si queremos ganar en calidad turística también hay que preguntar al turista qué es lo que quiere y necesita. Sevilla debe ser sastre para cada uno de sus visitantes que llegan a nuestra ciudad. Pero no un sastre vulgar que se centra en colocar señales indicativas, monolitos que desinforman y un mapa que cogen en la recepción del hotel (si es de un piso turístico ni les cuento), sino un buen sastre con personalidad propia sevillana y de barrio que pregunte al turista que necesita; a lo mejor nos llevamos grandes sorpresas. Porque está claro que el talle que desea un noruego no es el mismo que el de un asiático. Y, sin embargo, para el ayuntamiento todos son iguales y claro, al final, los turistas entran por una puerta y salen por la otra y su sensación es que Sevilla les ha dado un quiebro de banderillero del que todavía se están recuperando.
Se hace un turismo de galería centrado en la procreación de hoteles (ríanse de la fertilidad de los conejos), pisos turísticos y bares (que en número ya superan a las camas hospitalarias de la ciudad) y no utilizamos el dinero en dirigir el turismo hacia sus necesidades. Por eso, me da la sensación qué este ayuntamiento trata al turista tomándose una plácida taza de té y se olvida de subsanar las necesidades del que llega a Sevilla.
Un plano en papel y búsquese la vida no es el camino obviando la personalidad del turista que es en definitiva el que desplegará su lujo verbal, anécdotas y recuerdos cuando vuelva a su lugar de residencia.
No podemos recostarnos en los pedestales de la ciudad mientras contamos turistas andando de izquierda a derecha y viceversa. El turista, el de calidad, el que deja realmente dinero en la ciudad necesita decirle a Sevilla lo que quiere de ella y para eso requiere una atención y una tecnología personalizada porque turismo de galería es hacer creer que se invierte en rutas turísticas y se intenta presumir de información turística cuando realmente se tratan de tiendas privadas de regalos. Por eso, la pena es que tratemos al turismo como un escaparate ficticio donde la realidad pasa por autobuses repletos en la Plaza de España o colas en el Alcázar o La Catedral. Pero ¿es esto lo que quiere el turista?
Por tanto, la cuestión no es la cuantificación del turista, sino que antes de llegar a Sevilla se les escapen todas sus dudas y desconciertos que surgen cuando llegan a una ciudad desconocida. No es cuestión de que demos al turista la misma bolsa informativa, sino que éste reciba su bolsa, su necesidad y su demanda que es por lo que realmente dejara dinero. Esperemos que algún día los responsables municipales del turismo informen correctamente de lo que significa un turista en Sevilla indagando con precisión que necesitan de la ciudad saltando de una vez por todas sobre valores globales o espectáculos de visitas repetitivas que lo único que provocan es la crítica al tipismo sevillano. Y no permitamos que un turista circule con esa lírica soledad por plazas, rincones y tabernas sevillanas confesando su pecado por llegar a esta ciudad.