Le han dado a Pedro Sánchez montones de argumentos políticos y legales en contra de sus justificaciones a los indultos que piensa aplicar a los políticos catalanes condenados, así que no voy a repetir ninguno porque, si no indultos, con el problema catalán hay que hacer algo especial que es detener el proceso independentista y además de manera a ser posible permanente, a mí me interesa la mesa de negociación, ésa que la derecha desprecia, yo comprendo a Sánchez cuando habla de indultos y de que los va a conceder en diversos grados aunque la legislación en que se base sea de 1870, ¿de cuándo procede la legislación que aplican los bancos para arrebatar el derecho a un hogar después de haber pagado todo lo que uno podía y las crisis -creadas por la banca- no dejarte pagar más? De 1909. Y eso que la constitución deja bien claro: «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho». Bueno, pues, a pesar de eso, en España, viviendas vacías, personas con más de una y de dos viviendas y otras sin ninguna, y millones de jóvenes sin esperanzas de poseer una, aunque sea pequeña.
Las constituciones se escriben para no cumplirlas, como los códigos deontológicos del periodismo o los programas electorales. Nuestra constitución, lo mismo reconoce la personalidad de los pueblos de España que luego, si se salen de madre, les aplica el 155. Es propio de un texto escrito para la ocasión lampedusiana de la transición, una vez discutí esto con un abogado cañí sevillano en un debate televisual, cuando sea mayor quiero ser como él.
El asunto es que Sánchez debe hacer algo y ese algo es sentarse a una mesa a decirles a los catalanes separatistas y supremacistas con tintes nazis que de separatismo nada de nada. Y se lo debe decir haciéndoles ver que él ha hecho todo lo posible por acercarse a ellos, incluso bordeando el delito y aguantando un chaparrón de críticas dentro y fuera de su partido. Pero, atención, ese acuerdo puede suponer cambiar la constitución, el modelo de Estado incluso, algo que tenemos pendiente desde 1812 con “La Pepa”.
Si lo que pretende Sánchez no es, en efecto por sí, para España y la Humanidad sino exclusivamente para sí, hay que echar democráticamente de la presidencia a este sujeto y a su débil partido, junto a sus compañeros de viaje de Podemos que les ha tocado la lotería y gracias a un Sánchez ambicioso han pisado moqueta, algo que en el fondo no está mal porque todos nos hemos enterado muy bien de las nimiedades que hacen pasar por políticas de izquierdas, ellos y los periodistas interesados, sectarios y descaradamente parciales que les siguen aunque comprendo que deban ganarse la vida como otros muchos que apoyan a unas derechas gritonas a las que les pregunto: ustedes no hacen más que criticar los indultos y a Sánchez, pero, ¿ya no se acuerdan de las últimas elecciones catalanas? Ganó el PSOE, pero sumen los votos separatistas y díganme si no es para tomarse muy en serio el asunto. Yo ni me fío ni quiero a Pedro Sánchez, ya le he aplicado la sentencia de mi maestro principal, Friedrich Nietzsche: “No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte”. Sin embargo, Sánchez es mi presidente, quiero juzgarlo por sus hechos, si falla en esta difícil tarea hay que utilizar la democracia para largarlo del poder político. Aun así, me preocupan las intenciones de la alternativa a Sánchez en este punto del problema catalán, me da la impresión de que esas derechas no han salido del siglo XVIII, cuando los Borbones terminaron con el sueño, no del pueblo catalán sino de media parte de ese pueblo, más o menos como ahora.