Un abrazo para médicos y sanitarios

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24 mar 2020 / 10:55 h - Actualizado: 24 mar 2020 / 11:04 h.
"Opinión","Coronavirus"
  • Un abrazo para médicos y sanitarios

Esta crisis tan demoledora, tan miedosa y tan indeseable, nos está arrancando la careta a todos y cada uno de nosotros. Para bien y para mal.

En los medios de comunicación nos hacemos una idea general de lo que está pasando. Nos llevamos las manos a la cabeza por esto, nos emocionamos con aquello y somos capaces de ver esperanza en no sé qué lugar del universo. Pero es en el detalle, en eso que nunca deja de suceder para construir lo que somos, en eso en lo que nos va la propia vida y el futuro, donde encontramos aquello que solo dejamos ver en situaciones extremas.

Me cuenta un buen amigo lo mal que lo está pasando su pareja desde que ha comenzado esta crisis. Ella es médico y trabaja en un hospital de Toledo. La situación es dolorosa y se atienden casos que, hagan lo que hagan, terminan con la muerte del paciente. Generalmente, de los más mayores.

Ella es médico, sí, forma parte de ese colectivo que se está dejando la piel en las urgencias hospitalarias y que es, al mismo tiempo, un colectivo al que no podemos arrimarnos con normalidad. Cuando llegan a casa no pueden abrazar a sus familiares. Ni a hijos, ni a padres, ni a parejas. Son una especie de superhéroes intocables, de superhéroes apestados.

Pues bien, la pareja de mi buen amigo, ayer, vivió un momento que quiero contar y necesito contar porque me parece entrañable y creo que nos puede acercar mucho a la realidad. Una enfermera había estado con un paciente muchas horas, haciendo lo posible y lo imposible junto a los médicos para salvarle la vida. No fue posible por más que lo intentaron. Y esa enfermera se derrumbó. Además de sentir la muerte del anciano comenzó a valorar lo sola que se sentía, la falta que le hacía un abrazo que nadie le podía dar, la crueldad que supone no poder cuidar de los tuyos como quisieras. Y, por supuesto, la doctora le abrazó sin pensar en nada más. Y a ese abrazo se fueron sumando los profesionales que trabajaban en ese momento en esa unidad. Se abrazaron y lloraron y disfrutaron ese contacto con la gente que tanta falta hace cuando a uno le rodea la muerte. Y tuvieron un efímero momento de felicidad embutidos en sus trajes de trabajo, detrás de sus mascarillas y de sus viseras.

Yo me sumo al abrazo. Y espero que alguien les haga llegar esta columna en forma de abrazo colectivo de todos aquellos que lo van a leer. Estoy seguro de que todos se sumaran con gusto.