Los debates electorales en televisión tienen más importancia de lo que pensamos y debería haber más, a siete, a cinco, a tres o a dos candidatos. El de hoy es decisivo, más que los de otras elecciones, porque una parte importante del electorado no sabe aún a quién votar. Por ejemplo yo mismo, que me quedé sin partido al que votar y ando dándole vueltas si ir el domingo a ejercer mi derecho o quedarme en casa jugando con mis perras y mis gatas, que también sería un buen plan. Veré esta noche el debate y seguro que alguien dirá la palabra mágica para darme el empujoncito que me hace falta. Y no me cierro a nada, sinceramente. Es verdad que después de ver la otra noche cómo le negaba Aitor Esteban, el chicarrón del norte, el saludo a Espinosa de los Monteros, de Vox, por franquista, me tendría que pensar muy seriamente a quién votar, y decirlo, porque en España empieza a ser un problema el hecho de señalarse políticamente, si no lo ha sido siempre. Da igual a quien votes, porque te pondrán a caer de un burro. La política en España es muy parecida al fútbol. Si usted es del Betis, lo tiene que ser toda la vida, como si es del Sevilla. Y si es del PSOE, también. Puede haber corrupción, estafa al ciudadano, incumplimiento de promesas, terrorismo de Estado o traición, que da igual. Como cambies de partido te tienes que ir de España. Lo ideal sería que cada cual votara a quien le diera la gana y que eso se viera como algo normal. Pues no, lo vemos como un bandazo o cambio radical de chaqueta ideológica. Oiga, es que me han engañado ya muchas veces, joder. Pues se jode, sea coherente, ¡caramba! ¿Usted no es de izquierda? Pues vote a Sánchez, que es la izquierda real, la socialdemocracia a la española. Lo de Unidas Podemos es otra cosa, una panda de chavistas desarrapados. Imaginen que doy un salto y de votar a IU, paso a votar a VOX. Me majarían a palos. Usted es un franquista o un fascista, que es lo mismo, me dirían. Así que voy a ver el debate entero, aunque me cueste, pondré mucha atención en lo que digan todos y al final, si alguno me convence, sea el que sea –¿quién dijo miedo?–, iré a votar y lo diré sin temor alguno, como he hecho siempre. No hay por qué decirlo, pero tal y como están las cosas, con tanto intolerante suelto, echarle valor al asunto sería un buen ejercicio democrático.