Desde la espadaña

Un muerto todavía vivo

La Cartuja es otro barrio sevillano donde se rinde culto al jaramago y reina una mansa tristeza por el trato recibido en su mantenimiento y puesta a punto

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24 feb 2020 / 08:01 h - Actualizado: 24 feb 2020 / 08:03 h.
"Desde la espadaña"
  • Un muerto todavía vivo

No hay duda qué actualmente nos ha tocado vivir en una confusa Sevilla. Y ciertamente pasear hoy en día por Sevilla es quedar cesante de muchas cosas con las que disfrutamos hace ya algunos años. Por eso, no debemos cejar en el esfuerzo ni disimular que se debe recuperar nuestra Sevilla más viva y de mayor proyección y no caer en el pozo de la rara sensación que nos producen ahora ciertas cosas de Sevilla, antes vivas y hoy muertas. Podríamos así definir el estilo sevillano en cuanto al aprovechamiento de sus recursos como uno de los conceptos más difíciles que puede desarrollarse en el exterior porque en esta ciudad somos capaces de remontar las dificultades que entraña la organización de una Exposición Universal desde la nada y, posteriormente, contribuir a la destrucción más inmediata de los terrenos y sus infraestructuras. Hablar a los sevillanos del espacio de La Cartuja es sacar a flote algo que ya se había hundido en el trasfondo de nuestros recuerdos rememorando aquella silueta magnífica y concentrada en conocimiento que un día fue la envidia de muchas ciudades.

Si bien son muchos los casos de grandes capitales donde tras un evento nacional o internacional de primer nivel tienen que destruir por necesidades de la población, La Cartuja, en este caso, merece ser mirada, mimada y potenciada como el verdadero pulmón tecnológico, educativo y deportivo de la ciudad. Clama el cielo, pues, su estado de degradación y desaprovechamiento de la zona con un mobiliario roto o envilecido por el Sol, aparcamientos indiscriminados, zonas verdes abandonadas, etc., y es el ayuntamiento sevillano el que debe ser el origen y el precursor de los proyectos urbanísticos, formadores y el mantenimiento de la zona según las necesidades de la ciudad. De hecho, todo lo que se creó en este espacio de La Cartuja con gran cariño y sin resentimientos se está destruyendo de la forma más barata que existe: desidia e inanición. Ahora, la Junta de Andalucía pretende impulsar la iniciativa de Endesa para que en 2.025 La Cartuja sea autosuficiente energéticamente (Programa de Financiación de Ciudades y Municipios Smart) pero si a esto no le acompaña la inversión municipal me temo que seguiremos escondiendo en un cajón la potencia que tenemos delante nuestra.

De hecho, cada día se están poniendo las cosas más difíciles en las principales ciudades del mundo cuando quieren crear grandes centros tecnológicos que funcionan a modo de músculo cardiaco de la ciudad. Sin embargo, Sevilla tiene desde hace 30 años el terreno, la construcción y la infraestructura a dos pasos de la ciudad; un lujo para este municipio que sus responsables no terminan de explotar y, mucho menos, de creérselo. Me pregunto por qué a estas alturas de la modernidad no se ordena, arregla e impulsa definitivamente este espacio que ya cuenta con numerosas empresas, pero no termina de ser el verdadero motor de vanguardia que Sevilla necesita. No es sólo una cuestión de tecnología, sino que el gran campus universitario con que sueñan y no pueden conseguir muchísimas ciudades españolas y europeas lo tenemos frente a nosotros, con un estadio olímpico (que parece sale del coma) a pocos metros y extensas zonas deportivas y de ocio y disfrute para la ciudad.

Siempre me ha parecido una inocentada que el lugar donde se concentra la mayor cantidad de tecnología por metro cuadrado de Sevilla y con espacio de ocio al aire libre, se haya renegado la idea de ese nicho de la educación superior que tanto se desea. Si se ha construido y dado permisos de obra a ese mastodonte que es el centro comercial Lagoh (con sus caos de movilidad incluidos) fíjese lo que tardaría el ayuntamiento hispalense en sugerir, proyectar y licenciar esta cuestión. Porque mi sensación es que cuando se habla de La Cartuja, parece que no existe más que la prisa, particulares conveniencias y un nulo movimiento donde únicamente tiene de vez en cuando un leve sobeo municipal pero nunca se tiene clara la noción del diamante en bruto que se tiene enfrente (por cierto, si además se adecenta su ribera del río y todo Torneo entonces salimos en la BBC). Si se pusiera el mismo interés para convertir La Cartuja en un espacio pionero a nivel nacional en tecnología, educación y deporte como cuando una cadena hotelera concibe instalar un nuevo hotel en la ciudad, la proyección sería interminable.

El alcalde de Sevilla ya dijo en el 2017 que invertirá un millón de euros en la zona (no me pregunten dónde porque eso ni se sabe) pero es que desde la Plaza Nueva deberían salir todas esas iniciativas para relanzar este terreno (que cuenta cómo distrito propio de la ciudad) porque la diversidad de infraestructura que posee haría que Sevilla volviera a tener su propia “exposición universal” de forma permanente y perpetua. Se debe fomentar el mantenimiento pues ahora el paseo por la zona es un enjambre de suelos levantados, aparcamientos ilegales, zonas verdes degeneradas, pintadas al por mayor y basura acumulada. No es una cuestión de desmantelar lo construido sino de volver a hacerlos productivos sabiendo que nuestros jóvenes pueden tener un campus universitario de primer nivel, los sevillanos un gran pulmón para el ocio y el deporte y las empresas un lugar ideal para desarrollarse (con una mano de obra cualificada y preparada a pocos metros) disfrutando, además, de la hermosa arquitectura de muchos de sus pabellones. Sin embargo, si seguimos en esta línea de un mantenimiento marrano e inhóspito para pasear y aparcar con zonas totalmente abandonadas, desperdiciamos muchos de sus encantos como ya nos pasó con la Exposición Universal de 1.929 donde se ha terminado por olvidar sus espacios verdes y arquitectónicos. Sólo debemos tomarnos en serio el lujo que tenemos en las manos y no dejar que fallezca definitivamente porque entonces nos dirán que hay que desmantelarlo todo para que se convierta en un terreno vacío al canto de la maleza y los jaramagos.