Un panteón para el inmortal Jesús Quintero

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20 nov 2022 / 10:39 h - Actualizado: 20 nov 2022 / 10:41 h.
"Tribuna"
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La noticia del fallecimiento de Jesús Quintero, pese a que se rumoreaba desde hace algún tiempo el estado crítico de su salud, provocó una enorme conmoción. El día 3 del mes de octubre pasado dio su último suspiro de forma plácida, según alegan sus seres queridos. Su reloj biológico se detuvo. Para los creyentes, Jesús ha pasado a otra vida, quizás a una mejor vida, pero para los ateos o los que tienen una fe raquítica o endeble, los agnósticos, el periodista ha dejado simplemente de existir. Poco importa la fe que profesan unos u otros con respecto al acontecer postmortem, un hecho cierto es que su trayectoria resulta envidiable y su recuerdo será imborrable. A Quintero le hubiese gustado seguramente que le encargaran un último programa para poner un broche a su carrera de presentador y así coronar su extenso currículo profesional, pero desgraciadamente no le brindaron esta oportunidad y se fue sin tener este regocijo. Falleció en el más áspero y triste aislamiento, e, ironías del destino, en el más sonoro silencio que tanto cultivó y le sirvió de potente arma en sus trabajos.

Jesús Quintero presentó muchos programas y se señaló por un estilo intransferible. Su manera de abordar a los personajes que entrevistaba en un escenario casi psicodélico cuidadosamente creado, los títulos de sus espacios escogidos, como El loco de la colina, El perro verde, Ratones coloraos, entre otros, las preguntas, por momentos atrevidas, que formulaba a sus entrevistados, su mirada, su sonrisa a veces pícara o burlona, sus risas contagiosas, sus entonaciones de voz con las que jugaba hábilmente para buscar complicidad con la persona invitada, hicieron de él un personaje respetado dentro de la profesión, querido por el gran público y un ser memorable. Fue uno de los hombres más carismáticos del panorama periodístico español. Se fue uno de los grandes.

No tuve el honor de conocerlo personalmente, confieso que me he quedado con las ganas; solo me crucé con él un par de veces en la calle, en un mes de invierno, ataviado con su larga y tradicional bufanda que llevaba con orgullo y que le caracterizaba. Me hubiese encantado estar a solas con el periodista, revirtiendo el papel, para conocer un poco, desde mi sana curiosidad de psiquiatra, algunos aspectos, quizás ocultos, de su personalidad que sospecho fue compleja y, por supuesto, sobradamente fascinante. Porque Jesús, independientemente del papel que representaba delante de los focos, tenía, como cada uno de nosotros, una vida: su origen social, su infancia en familia, sus gustos, sus alegrías y angustias, sin olvidar la relación con sus hijas y en general sus relaciones amistosas y sentimentales. Intuyo que tenía una peculiar filosofía existencial, parece que estaba hecho de otra fibra.

Mi visita, acompañado de mi mujer, Serafina, que efectué el 14 del mes pasado, al cementerio onubense de San Juan del Puerto, pueblo natal del ilustre periodista y donde descansan sus restos mortales, me ha hecho revivir las horas durante las cuales me he sentado delante de la televisión, asistiendo con alegría a los diferentes programas que Jesús con gran maestría ha dirigido. Espero que su tumba, colocada a la izquierda de la entrada del camposanto, sea transformada en breve en un panteón; sería, creo, un signo inequívoco de un homenaje póstumo a la dimensión del escritor y presentador.

Desde su fallecimiento no cesan de aparecer en las redes sociales algunos fragmentos de sus más relevantes entrevistas: a la Faraona, a Julia Otero, a Rocío Jurado, a Isabel Pantoja, a Antonio Gala, y un largo etc., en los cuales dejó patente su saber hacer, su originalidad y sus dotes inigualables de gran comunicador social. Termino, erigiéndome en el portavoz de un gran número de gente que piensa que Jesús Quintero mereció tener, profesionalmente hablando, un final acorde con su categoría más que demostrada.

Alix Coicou es médico-psiquiatra.